En 1315 Sancho I de Mallorca aprobó unas disposiciones organizativas del reino insular, con el objetivo de equilibrar las relaciones entre la ciudad y la parte foránea. Así surgió la Universitat de Fora, donde estaban representadas las villas. De esta manera el Gran i General Consell, a parte de la ya existente representación de los estamentos de la ciudad, ahora incorporaba representantes de la part forana. Tal como explica el historiador Ricard Urgell, estas disposiciones establecieron las obligaciones fiscales de cada una de las comunidades con la consiguiente asignación de coeficientes contributivos a la ciudad y a la parte foránea. En 1315, estos coeficientes entre las dos áreas estaban equilibrados, pero esta situación, ya en el mismo siglo XIV, fue cambiando y desequilibró los deberes fiscales. Precisamente el germen del alzamiento foráneo de 1450 se encuentra en este proceso desestabilizador entre el campo y la ciudad.

A mediados del siglo XV, la payesía había sufrido varias crisis que habían provocado un fuerte descenso demográfico, con lo que los deberes tributarios recaían en menos habitantes, incrementándose así la presión fiscal. Esta situación les llevó, en muchos casos, a malvender sus propiedades a las clases acomodadas ciudadanas. El hecho de que estos nuevos propietarios tributasen en la ciudad, pues vivían allí, provocó todavía más un incremento fiscal sobre los payeses. Otro factor a tener en cuenta en este proceso fue la aparición de la deuda pública, la cual iba consignada sobre imposiciones indirectas, resultando los más perjudicados los menestrales y los foráneos.

La chispa que hizo estallar el conflicto fue la actuación arbitraria de Gaspar de Pax a la hora de gestionar una nueva cabrevación sobre los bienes de realengo. El 26 de julio de 1450 unos cinco mil payeses descontentos y exaltados se reunieron en Inca. Corrían por todos los puntos cardinales de la isla unas cartas firmadas por una misteriosa intitulación que rezaba capitanes del rey, en las que se convocaba a la payesía para dirigirse en masa a la ciudad. Enseguida se concentraron en la llanura de la Real y cortaron el agua que abastecía a la urbe. Al gobernador de Mallorca, Berenguer Doms, le entró pavor al verse sitiado por los enfurecidos foráneos. José Mª Quadrado asegura que entre la turbamulta que asediaba la ciudad se oyeron discretos vivas a Renato de Anjou, heredero del pretendido derecho al trono de Mallorca —pretensión que se remontaba a 1375, tras la muerte de Jaime IV de Mallorca—, y competidor de Alfonso el Magnánimo, también por el trono de Nápoles. Tras una semana de sitiar la ciudad, el obispo de Urgell —por aquel entonces se encontraba en la isla— hizo de mediador y consiguió que Doms firmase un documento favorable a las reivindicaciones payesas. En esos momentos ya destacó entre los amotinados el campesino Simó –Tort- Ballester, natural de Manacor.

Tras el pacto se envió una delegación de los foráneos a Nápoles para poder explicar al rey sus quejas. Pero Alfonso el Magnánimo, no sólo anuló el acuerdo entre el gobernador y los payeses sino que condenó a los rebeldes a pagar una multa de 50.000 florines destinados a reparar los daños ocasionados, al mismo tiempo que ordenaba satisfacer las deudas fiscales pendientes.

Estos hechos no hicieron sino radicalizar la revuelta. El mes de abril de 1451, Berenguer Doms se dirigió a Binissalem con el objetivo de promulgar la sentencia real. Pero una vez llegó a la antigua Rubines fue informado que más de 1.500 hombres se acercaban para combatirle, con lo que decidió regresar a la ciudad. Ante tal amenaza, el gobernador, en vez de intentar poner paz, ordenó ejecutar a dos significados foráneos: Miquel Renovard y Guillem Nadal.

La muerte de estos dos cabecillas provocó una respuesta colérica del campesinado que se congregó de nuevo ante los muros de la ciudad, comenzando así el segundo asedio. Esta vez tuvo que interceder entre las partes fray Berenguer Roig, prior de la Cartuja, quien consiguió del gobernador un indulto. Los foráneos se volvieron a retirar, pero esta vez sin ninguna esperanza de mejorar su situación. De regreso a sus casas realizaron saqueos por diferentes puntos de Mallorca.

Ante tales hechos, Berenguer Doms solicitó ayuda a la reina María (esposa de Alfonso el Magnánimo), al mismo tiempo que convocó a los hombres armados para combatir contra los foráneos. Al llegar noticias sobre las intenciones del gobernador, los payeses volvieron a organizar una marcha sobre la ciudad. Empezó así el tercer asedio, que sin duda fue el más largo y duro —del 5 de mayo a 1 de junio—. Sólo la intervención directa de la reina y de las Cortes Catalanas, permitieron desbloquear la situación. Con ello, la reina y las autoridades querían ganar tiempo pues ya se había decidido zanjar el asunto por la vía de las armas. A inicios de 1452, con la grave amenaza de que las reivindicaciones foráneas alcanzasen otros territorios insulares y peninsulares, el rey envió mil seiscientos mercenarios italianos —los saccomani— capitaneados por el gobernador de Cerdeña, Francí d´Erill. Una vez desembarcados, y tras una serie de amagos, el 31 de agosto las tropas mercenarias y las capitaneadas por Simó -Tort -Ballester se enfrentaron en una sangrienta batalla cerca de Inca, conocida como la de Rafal Garcés. Erill y sus mercenarios salieron victoriosos. Posteriormente, el gobernador de Cerdeña ordenó el saqueo de las villas colindantes. Un pequeño reducto de mallorquines resistió en Pollença hasta que fueron eliminados en 1453. Simó –Tort- Ballester, en un primer momento pudo escapar, pero finalmente fue capturado y ejecutado en 1457.

El resultado del Alzamiento Foráneo fue la muerte de setecientos hombres en el campo de batalla, otros trescientos en Pollença y la ejecución de doscientos payeses más fruto de la represión posterior. Además se obligó a pagar todos los desperfectos causados durante la contienda a los recatxats (payeses fieles y ciudadanos), así como el pago en tres plazos de una multa de 150.000 libras. Después de tanta represión y sufrimiento nadie hubiese pensado que setenta y un años después habría un nuevo enfrentamiento, más cruento si cabe, entre la ciudad y el campo: Ses Germanies.