Desde el siglo XIII, momento de la recristianización de la isla, los habitantes de Palma se organizaron administrativamente a través de cinco parroquias: San Jaime, Santa Eulalia, San Nicolás, Santa Cruz y San Miguel. El centro de operaciones de esas unidades administrativas era, y es, la rectoría y el templo parroquial. En la parroquia quedan registrados los bautizos, matrimonios, defunciones… y allí se

desarrolla la vida espiritual más relevante: asistencia a la misa dominical, a la confesión, centro neurálgico de las cofradías… Ahora bien, dentro de las parroquias, las cuales abarcaban áreas de dimensiones nada desdeñables, existían una serie de oratorios repartidos en diferentes calles y plazas de la ciudad. Esos oratorios eran centros espirituales situados en la proximidad de las viviendas y del trabajo de la gente, facilitando estar en presencia de Dios durante toda la jornada.

Esa proximidad en la vida cotidiana de la gente dio lugar a algunas escenas estrambóticas, tal como pasó en el oratorio de San Cristóbal. Estaba situado en la calle Bosseria, casi a la altura de Sindicat. El oratorio, que tenía forma de glorieta, era considerado uno de los más antiguos, levantado –según la tradición popular palmesana– por los primeros cristianos, que lo habían dedicado en un primer momento a la Virgen y posteriormente a San Cristóbal. En el oratorio se celebraba misa todos los días de precepto. El pequeño templo tenía una verja de hierro, por lo que desde el exterior se podía seguir la celebración. Para poder escuchar y seguir la misa, era necesario que el silencio señorease la ciudad. Es difícil imaginarse una ciudad sin ruido de vehículos, ni aparatos electrónicos u otras máquinas estrepitosas… Se requiere un gran esfuerzo para poder llegar a imaginar una escena urbana con el silencio de la Palma preindustrial. Precisamente, ese silencio permitía a los vecinos seguir la misa desde sus casas, pues alcanzaban a ver el altar y a escuchar al sacerdote. Esa costumbre, como todos los malos hábitos, fue degenerando. La situación estalló en 1774, cuando llegó a oídos del Obispo Guerra que había vecinos que seguían la Misa desde la cama, para seguir durmiendo después de ella. Ante tal escándalo no tardó en llegar la orden episcopal que restringía las celebraciones eucarísticas del oratorio al día de San Cristóbal.

Otro oratorio digno de recordar era el del Santo Sepulcro. Estaba ubicado en la confluencia de las calles de Can Cavalleria y Concepció. Al parecer esta capilla no era sino una antigua mezquita cristianizada que quedó incluida en la porción de los Montcada. Ello explica que Guillem y Ramon Montcada, muertos durante la conquista de Mallorca, recibiesen –antes de ser trasladados al monasterio de Santes Creus– sepultura en dicho oratorio. Fueron los de este linaje los que, en 1232, cedieron a la Orden del Santo Sepulcro esta capilla junto con otras heredades. En 1280, la Orden vendió a Jaime II todos sus bienes de la isla, y el Rey, a su vez, los cedió a su privado, Guillem de Puigdorfila, quien creó una capellanía perpetua y un beneficio. El templo subsistió hasta que en 1843 se vendió para convertirse en una serrería y luego en habitaciones particulares. Un incendio acabó destruyendo el edificio. Entre los objetos más destacados del oratorio destaca el Santo Cristo del Sepulcro, de los más antiguos que se conservan en Mallorca y que la familia Puigdorfila trasladó en el siglo XIX a su capilla de San Bartolomé, en la iglesia de San Jaime. Hoy se conserva en el Museo Episcopal. También gozaba de mucha devoción una Purísima que se conservaba hasta hace unas décadas en Can Puigdorfila. Por otro lado, el Archiduque Luis Salvador reprodujo en su obra La ciudad de Palma un bello relieve gótico que representaba la Crucifixión, que formaba parte de los objetos artísticos de dicho templo.

Otro oratorio que gozó de gran popularidad fue el de Nuestra Señora de la Pau. Según la leyenda, la imagen de la Virgen de la Pau fue encontrada en 1357 en el pozo público que hay en la plaza. Sea cierta o no, en el siglo XVII este oratorio mariano existía y cada 3 de agosto se celebraba su fiesta. A principios del XVIII, la capilla era propiedad de Agustín Sureda Valero. En 1774, el oratorio fue clausurado. Los vecinos elevaron su queja al Ayuntamiento pues "desde aquel día están privados de Misa, y de poder rezar el rosario a la Virgen". Por ello el oratorio pasó a estar bajo el patronato del Ayuntamiento, que hizo blasonar el portal con sus armas. Pasaron los años y el edificio empezó a deteriorarse. En 1801, la capilla "se necesita recomponer, pues está expuesta a derribarse". Gracias al interés y estima del vecindario, el oratorio se fue arreglando, hasta que en 1866 el plan de reordenamiento de la vía pública provocó su demolición.

Muchos más fueron los oratorios, hoy todos desaparecidos, a excepción del Temple. En 1893, Bartomeu Ferrà denunció en las páginas del Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana, en un artículo titulado Las demoliciones por sistema, la desaparición sistemática de edificaciones de interés patrimonial y cultural: "No excede de 45 años nuestro uso de razón, y, en plena paz y normalidad de tiempos para nuestra isla, hemos visto derribar [cita diecisiete monumentos entre los que se encuentran los siguientes oratorios]: el oratorio de Ntra. Sra. de los Ángeles, hoy plaza de S. Francisco; el antiquísimo oratorio del Santo Sepulcro […]; el de San Pedro del Puig, profanado con un cafetín; el del Camp-roig […]; el de Santa Catalina del Sitjar, hoy agregado al Santo Hospital […]; el de Santa Bárbara, en mitad del antiguo muelle, que tan bien se prestaba á que los marineros cumplieran el precepto de oír misa […]; el oratorio de San Pedro del Sindicato de regantes". Ferrà acababa el artículo exclamando la siguiente lamentación: "¡Pobre Palma y desdichados intereses los de su indiferente vecindario!"