Primero fue en Artà donde Georg Müller vive desde hace años. Después tocó Palma. En esta ocasión de la mano de Stefan Huber. En ambos comercios, el producto estrella es el vinagre balsámico en sus distintas variedades. Los alemanes lo compran en Italia y con permiso de los italianos añaden su toque frutal. Georg es la marca de balsámicos que está haciéndose un hueco entre los paladares de los mallorquines. "El 8 por ciento de clientes en invierno son mallorquines de Palma", apunta Huber. No puede negar, sin embargo, que son sus compatriotas los clientes más asiduos al negocio que abrió tres años atrás en la calle Bosseria.

En botellas de vidrio de gran tamaño como si fueran botas uno puede degustar hasta treinta variedades de vinagre de Módena. Unas saben a higo, otras a fresa, a arándanos, a uvas y vainilla y el preferido de todos, el de dátiles, aunque parece ser que los de ciudad se inclinan por el de dátiles e higo. Amor a la tierra.

El nombre del negocio y de sus productos estrella remonta a Georg, natural de Leipzig, que en el siglo XIX experimentó con la conservación de distintos alimentos en vinagre. Stefan mantiene el nombre de Georg porque así se llama el primer alemán que abrió este comercio de productos alimenticios en la isla. "El nombre es muy importante, y en Alemania el de Georg es muy reconocido".

El precio, 6.90 euros para la botella de 200 cc, se ve reducido en dos euros en su siguiente compra porque las botellas son recargables. Otro aliciente para los aficionados al aliño. Las mezclas con el balsámico se hacen en un pueblo "muy pequeño, cercano al río Mussel", comenta este alemán que lleva cinco años viviendo en la isla. Antes de vender estas ´delicatessen´, Huber, natural de Frankfurt, trabajó como vendedor de publicidad gastronómica para periódicos y revistas especializadas. "Me he quedado aquí porque se vive muy bien y hay mercado con los residentes y turistas de mi país", dice.

La salsa

Los alemanes nos hacen también la salsa. En el pequeño pueblo de Dohr, de nos más de setecientos habitantes, mezclan tomates, pimiento, aceitunas negras, azúcar, cebollas, sal, chili, ajo, hinojo, esperia, orégano, tomillo y aceite de oliva. Lo deshidratan y llega desde Alemania en garrafas de plástico. La etiqueta nos sitúa en tierra de molinos , palmeras y vacas. Se mezcla con agua y después se aliña con aceite. Es "un excelente dip", asegura Stefan. No sólo hay Mallorquín Salsa (así la llaman) sino que también comercian con la Sudáfrica Salsa y otras de México.

En el baúl de la Piquer que parece la tienda –tienen un sin fin de productos, entre vinos, aceites y sales de Mallorca, además de elementos de decoración para vestir mesas– hay sitio para los chupitos. Los alemanes son muy aficionados a la costumbre nórdica de los snaps, las bebidas fuertes que se toman tras las comidas, sólo que ellos las endulzan. Al igual que los balsámicos, se puede elegir una amplia gama que va del café, al mango jalapeño, el champaña, la trufa y nata, y muchos más. La botella de 200 cc cuesta 8.85 euros.

Stefan atiende una clientela que en jueves procede de cruceros en su gran mayoría, pero lo cierto es que se escucha mallorquín entre los estantes.