Cualquier raya en una ciudad puede acabar en un desplome de protestas. El urbanista y arquitecto Sebastià Jornet –Amposta, 1959– lo sabe bien. De ahí que no olvide que "la transformación de la piedra son 10 años, pero la transformación de las personas son 30: una generación". Por eso, tomarle el pulso a la ciudad a través de quien vive en ellas es "fundamental". Junto a Carles Llop y Joan Enric Pastor ganó el Premio Nacional de Urbanismo 2006 por la transformación urbana en el barrio de la Mina en Barcelona. Esta semana participó en las jornadas de Rehabilitació de l´habitatge social, organizadas por el Consorci Riba y en colaboración con el Col·legi d´Arquitectes. Los gestores de Corea tomaban nota.

–¿Qué iguala y distancia la Mina de Corea?

–Se diferencian por su dimensión. En la Mina hablamos de 2.500 viviendas para una población de 12.000 personas y en Corea, son 500 viviendas y una población inferior. La Mina es un barrio de viviendas y equipamientos y Corea es residencial. En cuanto a sus similitudes es que son barrios débiles, desfavorecidos. Nacen en la periferia, desconectados y abocados a ser ciudades dormitorios. Les faltan espacios de referencia, el lugar común que es lo que caracteriza a una ciudad. Son espacios anónimos. Su población está compuesta por un grupo social bajísimo. Hablo de la Mina, sobre todo. Recuerda que el Vaquilla fue un hijo de este barrio que fue supermercado de la droga.

–La Mina está dando un buen resultado. Corea empieza. ¿Cómo limar la lógica desconfianza de sus habitantes?

–Tanto uno como otro han tenido muchas decepciones. En el año 82, el Parlament de Catalunya aprobó el Plan global interdisciplinar y no se hizo nada. Diez años después, se aprobó un documento de desalojo masivo y tirar abajo todo. Ahora planteamos integrar: no sobra nadie. En Corea se trabaja en este mismo sentido. La solución es la rehabilitación y el mantenimiento de las personas. No se expulsa a nadie.

–Ha hablado de barrios periféricos, pero con el paso de los años, la periferia se convierte en centro y puede acabar volviéndose en lugar de seducción.

–Sí, ocurre. La Mina siempre estuvo en el lugar donde nació. Lo que ha cambiado es Barcelona. La Mina está en el centro de las cuatro grandes operaciones: 22@, el Forum, la del río Besós y el trazado del tren de alta velocidad. Se ha de ir con mucho cuidado porque puede convertirse en centro de pijoterapia: los que tienen más despachan a los que tienen menos. De ahí que nuestra estrategia fue la de establecer el eje central del barrio, abrirlo por en medio. Concentrar el principio de identidad.

–No me imagino a un pijoterapeuta viviendo en Corea.

–(Risas) Depende. La diversidad en una ciudad es fundamental. La ciencia ecológica nos ha enseñado mucho. Cuanta más diversidad, más riqueza. Por ejemplo en La Mina propusimos un hotel y se rieron. Pues ya hay un inversor que lo ha comprado. Tanto La Mina como Corea tienen que cambiar de lema: de barrios con problemas a barrios con proyectos.

–El ayuntamiento de Palma nos pide que demos nuestras ideas sobre la ciudad del 2025. ¿El urbanismo debe ser humilde?

–Palma afronta su plan general en un momento muy dulce. La cuestión medioambiental y urbanística van de la mano. Hacer urbanismo en tiempos de crisis quiere decir que las plusvalías del suelo ya no las pagan todos. Y es el momento de aprovechar experiencias en tiempos de democracia. Revisar un Plan es el acto de mayor democracia que puede hacer una ciudad, y sí, la participación de la ciudadanía es importantísima.

–¿Cómo será Barcelona?

–Se nos ha ido de la mano. La hemos puesto en el mundo y el mundo se la ha hecho suya. Ha de volver a un urbanismo de calle.