Pedro Amengual Vich era un esmerado impresor, entre cuyos trabajos se cuentan las tantas y tantas faldillas de los calendarios que desde el vientre de la imprenta La Palmesana hicieron las Españas. Tirando del carrete, acabó montando la papelería Amengual Vich en las Avenidas. Un 21 de abril de 1951. No alcanzará los 60 años. En enero del 2011 vuela otra página de Palma, ésta con olor a goma de borrar, tinta y lapiceros de colores. Su hija Magdalena Amengual se jubila. Antes se retiró su hermana María. "Tengo ganas de descansar, de disfrutar. Me ha llegado el momento", señala. No oculta que los aprietos que atenazan el pequeño comercio le han dejado mal sabor de boca. Lo resume gráficamente: "Este último año me ha sobrado".

Recuerda aquellos primeros días en que su padre abrió la papelería en el local que en su momento fue la casa madre de los Almacenes Cheza. "Jugábamos con los maniquíes de madera y las telas que habían dejado. Venía a la papelería a la salida del colegio. Lo pasaba muy bien. Con los años, ya echaba una mano en vacaciones. Siempre me ha gustado trabajar aquí", relata, con un esbozo de sonrisa que ni una goma Milán podría borrar de su rostro. Aún hay quien la visita, descendientes de aquellos primeros clientes de su padre como el hijo de Carles Ferrer, propietario de la ya desaparecida Casa Autoexposición Ferrer, donde vendían automóviles.

Mucha mudanza ha habido en esa acera de la Avenida Alexandre Rosselló, hoy sólo identificada por la presencia de unos grandes almacenes y otras tiendas de reconocidas marcas y franquicias. Sin embargo, a finales de los cincuenta, cuando la isla empezaba a resurgir de las hambrunas de la posguerra, allí fue lugar de almacenes: de oxígeno, la Agrícola Mallorquina –que estaba en Marqués de Fuensanta–, además de la transportista Vasco Montañesa y del cine Palacio Avenida, hoy convertido en hotel. Mucho antes del carril bici, muchísimo antes del parterre, en medio de las avenidas hubo un paseo. De ahí que el ojo del impresor Pedro Amengual Vich viera negocio. "Antes el comercio era un seguro de vida, ahora es una ruina", opina Magdalena.

Su padre aprendió el oficio en una imprenta en el Pont d´Inca. Montó la propia y después, "como complemento", abrió la papelería. A la entrada, un techo artesonado y unas vitrinas, que ya estaban en la tienda de telas. La aportación decorativa de Amengual es un enorme espejo de publicidad de tintas Waterman´s, que con el paso de los años ofrece un reflejo desvanecido. Magdalena recuerda, y de hecho guarda una en su casa, las "bonitas" placas de metal de la casa Pelikan.

El material de oficina ha sido, durante muchos años, el fuerte de la papelería: albaranes, talonarios –los hacían para el Fomento del Turismo–, calendarios, tarjetas de visita, navideñas, sobres, papel de cartas, papel de Manila y papel de seda, lapiceros y no nos olvidemos de las bolígrafos Bic, que aún se siguen vendiendo. Los globos terráqueos van cediendo hueco, aunque aún se pueden encontrar con luz a un precio de 36 euros. Se venden artículos del Mallorca, "muy solicitados", porque el fundador de la papelería fue directivo del Club.

Ya no hacen faldillas en Amengual pero siguen encargando calendarios con el rótulo La Palmesana. Ya cuelgan los del inminente 2011 que traerá el merecido descanso a Magdalena Amengual y un nuevo mordisco a la traza comercial de la ciudad.