Ana Pellisa Povill guarda, a sus 86 años, la memoria del padre, el constructor Miquel Pellisa, sobre todo aquella que se levanta en forma de chalets unifamiliares que fueron casa propia, algunos, y encargos, otras, de familias mallorquinas y catalanas. Reconocido por su aportación a la zona de Las Maravillas, el constructor catalán puso su pica en los alrededores de la plaza de toros de Gaspar Bennàzar, en la que se quería convertir en modelo de ciudad jardín. Donde dejaron huella otros catalanes como Josep M. Monrová con su casa Alonso, posteriormente ampliada por el arquitecto mallorquín Francisco Casas.

"Recuerdo todo lo que hizo pero cómo voy a contárselo a mi hijo si ya no queda nada en pie", se pregunta Ana Pellisa. Su hijo, José Miguel Rodríguez, sigue vinculado al mundo constructivo desde otro lado de la barrera: él compra y luego alquila las casas.

Llegó a Palma el constructor de Tarragona. "Quería hacer cosas", señala su nieto. Y muchas hizo. "Trabajó con el arquitecto Casas" cuenta su hija, y añade: "Mi padre llegaba muy contento porque nos decía que no había quitado ni una línea de los dibujos que él había hecho".

En la zona de la plaza de toros, entre las calles Arquitecto Bennàzar y Archiduque Luis Salvador, se erigió Villa Genoveva en 1932. El nombre de la casa familiar de los Pellisa Povill es el de la esposa del constructor. Hasta hace dos décadas se podía ver, pero fue derribada y en su lugar hoy se asienta una oficina bancaria.

Llegó la guerra y "a mi padre no le quedó más remedio que venderla". Levantaría años más tarde otra, Villa Pellisa Povill, conocida entre el clan como Villa Pepe, por los linajes de la pareja. Su hija Ana, la pequeña de las hermanas y la única que sigue con vida, recuerda que su padre construyó una casa para la familia Seguí, "de los hierros", apunta ella.

En el vecino barrio de Amanecer, donde aún siguen en pie una serie de chalets peculiares que no obedecen a modelo de urbanización alguno ni guardan parecido criterio estilístico, y donde la leyenda urbana asegura que algunas de ellas eran las casas de las ´queridas´ de algunos ciudadanos ´de bien´ de Palma, los Pellisa no vivieron. Ana, recuerda, sin embargo, que "era una zona preciosa", y saca del zurrón de su memoria las vivencias de los Arañó, "unos amigos de mis padres, que eran fabricantes de tejidos. Vivían en un chalet de planta baja".

Ana fue amiga de las Villalonga. "Íbamos juntas a la Pureza", detalla de "las parientes del escritor" que "vivían cerca de nuestra casa".

Cuando su padre estaba al frente del edificio de la calle Bartolomé Pou, un trabajo de cierta importancia en una época en que escalar alturas no era frecuente, la mayor de las hijas, Ana, le llevaba la merienda. "Mi madre me decía que subiera a darle un bocadillo, y ¡uy, cuántos operarios había!".

Miquel Pellisa falleció en 1969. Tenía 73 años. En Las Maravillas una placa con su nombre le inmortaliza en una calle. Construyó en El Terreno, en Sant Agustí y en la zona de la plaza de toros.

"Mi abuelo siempre trabajó en las afueras de la ciudad", comenta el nieto, mientras muestra fotos del álbum familiar. Su tía mediana, Isabel, se casó con Alfredo Aleix, quienes emigraron a la Guinea española, destinado por el Estado. "Se llevaron a mi madre con ellos. Ella era jovencita".

Aquella idea de levantar una ciudad jardín en Palma tenía apellidos catalanes. Queda una escasa huella.