En la actualidad conocemos muchas culturas del pasado por conceptos que a sus habitantes les resultarían extrañísimos. En ciertos casos, objetos sin importancia han adquirido para los arqueólogos la categoría de marcadores. Así ocurre con la cerámica campaniforme, los sílex tallados, la cerámica de sandwich, los "brazaletes de arquero"...

Eso nos permite suponer que también ahora existen objetos a los que ahora no damos la menor importancia, pero que tal vez para un científico del futuro serían significativos. De entre ellos, siento una gran predilección por los palés.

La hiperplastia galopante de la construcción no sólo ha dejado grandes bloques y chalets comiendo el territorio. Sino también una serie muy característica de desechos. Tubos de goma, envoltorios, cintas, barras de hierro, sanitarios rotos, planchas, y palés.

Vayas adonde vayas te topas con palés. Esa especie de balsa de la Medusa en miniatura. Un cuadrado elaborado toscamente para servir de base de ladrillos, tejas o cualquier otro material constructivo. Cuando éste se ha empleado, los palés se arrojan de cualquier manera. Los ves amontonados en el paisaje perimetral de la ciudad, medio podridos, cada vez más descuajaringados. Son el símbolo de lo que nadie quiere.

El palé tiene una humildad casi franciscana. Si fuera de madera buena, la gente lo robaría para reaprovecharlo. Si su trabazón estuviese bien conseguida, se utilizarían para otros fines. Pero su madera es mala, su constitución frágil.

Es así como, paradójicamente, esos objetos sin importancia, despreciados por la sociedad de consumo, acaban haciendo una especie de función social. Los palés constituyen la calefacción del mendigo, la casa del gato callejero, la maceta para las plantas bordes. Sólo los muy desasistidos echan mano de él. Entonces, la madera astillosa y blanda que los conforma se ennoblece con una utilidad solidaria. Porque los "sin casa" nunca podrán quemar en sus toneles viejos madera de encina o de almendro recién cortada. Tendrán que conformarse con esa materia de tercera fila, que por suerte para ellos abunda en basureros y solares abandonados.

Es una bonita metáfora, que quizás los arqueólogos del futuro tengan en cuenta. Y le den al palé el papel que le corresponde en nuestra derrochona cultura.