Los de ciudad, los más jóvenes, descubren las virtudes de los colmados, esos pequeños lugares donde uno puede llenar la nevera sin prisas. Y a un palmo de distancia del propietario. Y sabiendo cómo se llama quien le tiende la fruta. Y reconociendo que en ese pequeño lugar apenas saben qué son las verduras. Y aprendiendo cosas del barrio que ni se imaginaba. Y enterándose de que la vecina del quinto escribe novelas románticas después de haber acostado a sus hijos.

Los colmados se han puesto de moda en el corazón comercial de Palma pero en lugares como Son Sardina, donde mucho antes de que Cort inaugurase lo de Zona 30, ya se vivía despacio, los conocen desde hace muchos años. Lo sabe bien Pedro Crespí y su esposa Maria Martorell, ambos "sardineros" devotos. Regentan Ca´n Clar, del que tienen noticias que lo sitúan por encima del siglo.

"Mi padre lo compró en 1950, pero conocí, años después, a sus anteriores propietarios, la familia de Bernat Batle, que adquirieron el local antes de emigrar a Argentina. Después vendrían a vernos. Ahora ha regresado una hija, y nos viene a ver de vez en cuando", cuenta el hijo de Joan Crespí. Los descendientes de aquellos mallorquines que fueron a probar fortuna a ultramar no perdieron su lengua. "No, no, todos los hijos de Batle hablaban mallorquín", asegura el tendero Pedro Crespí.

A la vuelta de la esquina de la jubilación, tiene 75 años que ""llevo encima", no esconde que cerrar el negocio "me produce lástima". "Ninguno de mis hijos ha querido continuar en el negocio. Tienen otros trabajos, y les va bien. Yo les comprendo", narra Crespí.

Entre saludar a uno y otro cliente, vecinos todos ellos de un barrio que huele a pan de pueblo, los tenderos prosiguen su rutina diaria. "Nos levantamos cada día a las cinco de la mañana. Vamos a comprar a Mercapalma y luego regresamos aquí y colocamos el género. ¡Es una vida muy sacrificada. No te da más que para vivir", señala.

No es poco. Recuerda los tiempos en que siendo un mozalbete de 15 años veía a sus padres rellenar las cartillas de racionamiento con los cupones. "¡Era un trabajo más!", apunta.

En Son Sardina no hay payeses a los que adquirir las verduras y frutas. "Siempre ha sido un lugar de secano y, en todo caso, había más hortelanos. Recuerdo que las mujeres iban a trabajar a la fábrica de tejidos Ribas y los hombres, a Palma. Nos conocíamos todos. Me gustaría que se mantuviera ese ritmo, pero debo reconocer que aquí, en Son Sardina, todavía se respira a pueblo", dice en un rapto el tendero.

Entre sus clientes, no sólo los vecinos de toda la vida, también hacen parada aquellos que van a Palmanyola o, como dice Pedro Crespí, "los que suben de Valldemossa, que siempre paran aquí".

En Ca´n Clar se abastece al barrio de charcutería, vinos, conservas, pasta y otros básicos de la cesta de la compra. Situado en la raíz del barrio, en la calle Passatemps, desde su posición privilegiada los Crespí y Martorell contemplan quizá "los que sean los últimos seis meses de trabajo". Después, tal y como expresa elocuentemente el tendero, "¡queda vivir!".