El corazón de Palma estaba muerto. Los vivos se habían desplazado a los cementerios de las afueras, de aquellos que fueron campo y acabaron siendo asimilados a la ciudad: Son Valentí, Establiments y Sant Jordi. El castañero de Barbate, Antonio Baro Orozco acababa de abrir el tenderete arrimado a la falda de la Rambla dels Ducs de Palma. La cazuela donde asaba las castañas humeaba una mañana gris, pertinente a Todos los Santos. "No fue muy bien ayer. ¡A ver si hoy se anima!", decía. Por 3 y 5 euros te podías calentar los bolsillos con las castañas, "las mejores de la temporada", aseguraba el gaditano.

En uno de los primeros puestos de flores se negociaba el precio de tremendos ramos de flores que una familia gitana iba a depositar a sus idos. "¡Venga, venga, que tienes más dinero que yo", le decía el propietario. A lo que expresivamente respondía el calé, sacándose un kleenex del bolsillo. ¡Ves, no tengo más que éstos para llorar!

Entre el olor de crisantemos, rosas y claveles se colaba el aroma a cebolla frita, croquetas y calamares a la romana de la Bodega La Rambla que levantaba a un muerto.

Pasado ese hálito de vida floral y orgánica, uno avanzaba por el corazón de ciudad, y efectivamente, estaba con respiración tímida, casi moribunda. En los bancos de la plaza de santa Catalina Thomàs, dormía un mendigo. Otro acababa de abandonar sus cartones para pedir limosna. Al lado del durmiente, un árbol, y entre sus raíces, una escoba. Palma siempre tan metafórica.

El Bosch entregado a ese incesante ir y venir de clientes, con el disciplinado Baltasar que no olvida jamás una cara. ¡Un profesional! En un establecimiento de moda vecino los bolsos cuestan un fortunón, más de 600 euros un bolso que parece bolsa de supermercado.

Los paseantes van sacudiéndose perezas de mañana nublada y así empiezas a encontrarte con algunos vivos que se preparan para ir donde los muertos. Otros prefieren guarecerse en la iglesia de Santa Magdalena, abierta, cerquita de la beata, para darse una de silencio. No es mañana de templos.

La vida es tozuda. Sales a la plaza de Santa Magdalena y de un balcón abierto sale una alegre canción de la dama griega Haris Alexiou interpretada en este balcón mallorquín por Maria del Mar Bonet. Palma empieza a resucitar.

Al final de la bajada de la Costa de la Sang, una señora intenta explicarle a un inmigrante negro que "en Mallorca todos tienen derecho a comer un plato caliente". El hombre insiste en sacar de su bolsillo los papeles que acreditan que es legal. La señora sigue con su perorata de buenas intenciones.

Es día de camposantos. Han cambiado la hora, dicen que hemos ganado una, pero la mayoría parece haber perdido una vida. La de todos sus muertos. Gracias a ese balcón abierto, a ese canto de Maria del Mar Bonet, a esa maravillosa y alegre tonada llegada desde Grecia, de Haris Alexiou, regresas a la vida porque Palma es también Ciudad Lázaro. Resucita en cualquier esquina. Basta que alguien abra el balcón a la mañana de muertos.