Mientras unos hacen de la ciudad su campo de batalla cotidiano –ir al banco, hacer la compra, bajar a pasear el perro, ir a por el diario o simplemente callejear sin ton ni son y, cada vez más, ganarse el pan haciendo todo tipo de piruetas–, otros se refugian en el mundo del silencio: las bibliotecas. Palma cuenta con veinticuatro de ellas dependientes del Ayuntamiento, cinco del Consell y el resto, privadas. El gran almacén de los libros públicos es Can Salas. También están las bibliotecas de la Universitat. Grosso modo, podríamos conceder que la ciudad cuenta con unas treinta bibliotecas. El censo salda la población de Palma en 425.000 personas, es decir, que la ratio da una biblioteca por cada 10.625 habitantes, claro que hay que restar la población bebé que no suele visitar estas dependencias, a menos que a sus progenitores no les quede otra que ir con los carritos a las bibliotecas. Nada recomendable porque entramos en los santuarios del silencio.

¿Quién no recuerda aquellos carteles con un dibujo del dedo índice sellando unos labios?, ¿o la mirada de la bibliotecaria –y digo bibliotecaria porque desconozco el motivo de que este oficio suela ser terreno de féminas– por encima de sus antiparras advirtiéndote que debías hacer mutis por el foro a menos que liquidaras tu incontinencia verbal o tu nada comedida risa?

Risas aparte, las bibliotecas son miradores privilegiados de la ciudad. Oasis. Uno puede pasar la mañana o el resto del día rodeado de esos cuerpos de papel inofensivos. Uno puede ir a la biblioteca como coartada para salir de la casa porque ya no aguanta más. Uno puede ir a la biblioteca a estudiar el comportamiento humano porque cuando nos convertimos en seres de papel nos abismamos más allá del prójimo. Que les llamen ratas de biblioteca da una idea de la importancia que se concede al leer en este país. Uno puede, y de hecho es uno de los servicios más solicitados, ir a leer los periódicos.

En la biblioteca municipal de Cort, que andan de aniversario, 75 años suman ya, aún se huele a libro. Cuenta Joan Mas, auxiliar del centro, que la media de usuarios diarios ronda entre los 150 a 200. "Suelen ser personas mayores que vienen a leer la prensa diaria, y también hay muchos estudiantes, sobre todo en época de exámenes", detalla. Los investigadores van en busca de diarios antiguos. "Abundan los que estudian la historia de la ciudad", añade.

De un tiempo a esta parte, las bibliotecas se han vuelto muy de su tiempo y casi todas cuentan con wifi, lo que permite a la modernidad líquida conectarse al mundo virtual, la gran biblioteca del siglo XXI. En la sala de lectura de la biblioteca de s´Escorxador, un remanso firmado por Gaspar Bennàzar y que le valió el primer premio de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1906 por todo el edificio, mientras unos se aplican sobre la pantalla, otros buscan en la página de empleo de los diarios. Aquí abundan los seres de píxel, cada uno con su portátil en el que el ojeo no va acompañado del sutil ritmo del hojeo de los libros. Una señora acaba de hacer la compra en el supermercado vecino. Arrastra el carro hasta el mundo del silencio. Y ahí se queda.