El tranvía cambia la ciudad, modifica la movilidad del peatón, la circulación en automóvil, la amplitud de las calles. Es un proyecto de gran impacto en la imagen de modernidad de la urbe, una iniciativa que mira hacia el futuro y posee capacidad transformadora. Pero a la vez su rentabilidad económica y social en una capital del tamaño y número de habitantes de la Palma actual es dudosa. Al menos hoy. Del mañana poco se sabe. Francia, por ejemplo, no inaugura líneas de tranvía que no tengan una demanda de 45.000 viajeros al día. La primera línea palmesana, de apenas 10 kilómetros, no alcalzaría los 14.000 pasajeros diarios según las estimaciones. Y eso después de 150 millones de inversión, de dejar algunas calles de la ciudad inutilizadas al tráfico y de entrar en competencia con el autobús. Con todo, el proyecto nace con una carencia aún más importante: la falta de consenso entre los dos grandes partidos. Si el PP gana las elecciones, el tranvía será un metro a Son Espases.