De aquel eco ´al rico helado´ que hacía salivar a los críos al acercarse el carrito de Francisco Aznar a las vitrinas llenas de colores desde donde su nieto, Xavier Aznar, sigue al frente de un negocio que ya alcanza la tercera generación y cumple algo más de 75 años. Gelats Paco ha pasado de padres a hijos sin olvidar que lo fundamental es el día a día. El foco de luz lo aparta el continuador de la saga, que al igual que su padre, Francisco, prefiere mantenerse alejado del run run de la notoriedad. "Mi abuelo era distinto. Él era un relaciones públicas nato", subraya Xavier.

Acompañado de su esposa Xisca y de la hija de ambos, Paula, desafían los tiempos de mal agüero y desde hace tres meses han abierto el segundo local de Gelats Paco en la calle Blanquerna. "Los centros de ocio apartan a la gente del centro comercial de la ciudad, pero afortunadamente contamos con una clientela fiel", comenta Xavier. Ni qué decir que sigue al pie del cañón la primera heladería que abrió su abuelo en la calle Benito Pons, hoy Benet Pons i Fábregues, en los años cincuenta.

El primer eslabón de esta cadena de profesionales del negocio dulce procede de Alicante. A Mallorca llegó para cumplir el servicio militar. Como ayudante de un oficial de rango que era topógrafo, conoció la isla palmo a palmo, tanto que decidió que la convertiría en su destino. Llamó a su hermano Joaquín. Ambos se dedicaron a la venta ambulante de helados hasta que Francisco decidió poner su pica de cucuruchos y helados en el casco antiguo y establecerse por su cuenta.

"A veces llega algún cliente que conoció a mi abuelo y me dice: ¡Me lo recuerdas mucho. Te pareces! Mi carácter, sin embargo, es más parecido al de mi padre. Somos más introvertidos", admite Xavier, quien sí sigue fiel a aquellos helados de mantecado y a los granizados de leche y almendra que dieron fama al patriarca del clan. Clan que continuará con la pequeña Paula, que a sus cuatro años, no pestañea: "De mayor quiero ser heladera", apunta.

En la España en blanco y negro, los helados eran casi un lujo que se permitían unos pocos y los demás, los días feriados. Con las bonanzas económicas, el negocio fue creciendo. Helados Paco –así se le llamó hasta que en 2003 pasó a catalanizarse el nombre– llegó a tener seis máquina en propiedad en la fábrica de Benito Pons y nueve conductores de carritos. La profesión se sedentarizó. Se acabó la venta ambulante. La fábrica abriría una pestaña y desde ella se despachaban, no sólo helados y granizados, sino también buñuelos, churros y patatilla. En el nuevo local de Blanquerna se ve una fotografía en blanco y negro donde el abuelo Francisco está sentado junto a un lebrillo con la masa de los buñuelos. A su lado, una instantánea del hijo al volante del carrito de helados.

En la familia, las mujeres han sido fundamentales. La abuela Consuelo fue un as en la parte comercial como lo ha sido hasta hace bien poco la esposa de Francisco Aznar Doménech. Este sesgo es continuado por Xisca. Para todos ellos, los veranos les están vedados. La temporada alta de la mercancía les mantiene lejos de playa y descanso. "Vamos al revés". No importa. Dulcifican la vida de los demás. Lo hizo el abuelo con los ´polos paquitos´, de nata y chocolate y un palo de madera como columna vertebral que fue rechupeteado por aquellos niños que aún hoy salivan sólo que con el linaje en un salto de generación.