La semana pasada la Associació Al rum y el Ayuntamiento Alaró presentaron, en el casal de Son Tugores, la exposición dedicada a los héroes legendarios Guillem Cabrit y Guillem Bassa: Cabrit i Bassa, entre le mite i la història. En dicha exposición se reúnen todos los aspectos a considerar en este épico episodio, y que ahora recordamos.

Tras la muerte del conde-rey Jaime I, sus territorios fueron divididos en dos, tal como él había dejado escrito en su testamento. Su hijo mayor, Pedro, se convirtió en rey de la corona de Aragón, la cual estaba constituida por el reino de Aragón, la mayoría de los condados catalanes y el reino de Valencia, mientras que su hijo Jaime heredó la corona de Mallorca, compuesta por los territorios de las islas Baleares, los condados catalanes del Rosellón y la Cerdaña, el señorío de Monpeller y otros pequeños territorios. Se ha discutido mucho sobre la división territorial en el testamento del monarca catalán; y se han conjeturado varias explicaciones que responderían a sus intenciones. En realidad no hay mucho misterio. Jaime I no hizo sino continuar la tradición feudal y familiar de la Casa de Barcelona. Es más, tras la derrota de la batalla de Muret (1213) —dónde murió el padre de Jaime I— y la consecuente pérdida de influencia en la Occitania, el rey de Mallorca y sus territorios, se convirtieron en un nuevo reino de esperanza, dónde occitanos y catalanes —que lo habían perdido todo huyendo de las tropas francesas del norte— podrían empezar una nueva vida. Éste es el motivo por el que tantos apellidos mallorquines sean originarios de estas regiones.

En fin, de todas formas, no iba con pamplinas el de Aragón que se sabía poderoso, y quería serlo más, pues veía como la sombra del rey de Francia se cernía sobre la Marca de los Pirineos. No se podía permitir tener los territorios de sus mayores disgregados entre sus hermanos y parientes. De ahí el conflicto. Pedro mostró claramente su disconformidad con el testamento de su padre y, a los dos años de morir el monarca conquistador, obligó a su hermano Jaime II de Mallorca a jurarle vasallaje (Tratado de Perpiñán de 1279). Tres años después, el rey Pedro conquistó la isla de Sicilia, que hasta entonces había estado bajo el poder del rey francés. El Papa y Felipe III de Francia declararon la guerra al conde-rey. Mientras tanto, Jaime II de Mallorca, feudatario de su hermano Pedro y al mismo tiempo del rey de Francia, se vio entre la espada y pared, al no quedarle más remedio que posicionarse a favor de uno o de otro. Finalmente, el rey mallorquín se alió con Felipe III, pensando que tendría la oportunidad de romper el vínculo de vasallaje con su hermano. Y así empezó la guerra entre el rey de Aragón y el de Mallorca. En 1285 desembarcó en la Isla el infante Alfonso, primogénito del rey Pedro, que conquistó sin resistencia la Ciutat de Mallorca y por extensión toda Mallorca. Sólo un grupo de hombres fieles a Jaime II resistió en el castillo de Alaró. Y en este punto aparece la leyenda. Leyenda que por otro lado aparece inscrita como hecho histórico en las antiguas crónicas del reino de Mallorca. Según el cronista Dameto, los fieles al rey de Mallorca que se habían hecho fuertes en la fortaleza de Alaró estaban capitaneados por Guillem Cabrit y Guillem Bassa. Las tropas del infante Alfonso sitiaron el castillo. Un mensajero se dirigió a los mallorquines para conminarles a la rendición. Cabrit y Bassa le respondieron preguntándole en nombre de quien hablaba. El mensajero contestó que hablaba en nombre del infante Amfós (Alfonso en catalán antiguo) a lo que los sitiados replicaron mofándose algo así como que el único "amfós" que conocían era el pescado ("amfós" es el nombre mallorquín del mero). Cuando el infante Alfonso se enteró espetó algo así como: Cabrit i Bassa! Jo a el cabrit me´l menj torrat!! (¡Cabrit y Bassa, yo al cabrito me lo como a la brasa"). Cuando finalmente el castillo fue tomado por las huestes del Infante, los dos líderes fueron apresados y, en respuesta a su ufana contesta, fueron quemados en las brasas. Cuando unos años más tarde Jaime II, tras el tratado de Anagni, recuperó la Corona, procuró homenaje a todas las víctimas entre las que se encontraban nuestros prota-gonistas. Empe-zaba así la le-yenda de estos dos valientes soldados.

Siglos más tarde, cuando Roma capeaba el temporal del protestantismo, el Papa impulsó el culto a los santos locales. En Mallorca se impulsó la figura del beato Ramon Llull, San Alonso Rodríguez, Santa Catalina Thomàs y… Cabrit y Bassa, como mártires fieles a su rey, que no hay que olvidar que era rey de Mallorca, a parte del testamento de su padre, por la gracias de Dios (Déu lo vol). Por tanto, el caso de Cabrit y Bassa recoge dos aspectos que se entremezclan: mártires políticos y mártires de la fe. Por este motivo, no debe extrañarnos que cuando la política de Felipe III empezó a escorar hacia posicionamientos centralistas; y los jurados de la ciudad y reino de Mallorca reaccionaron con reivindicaciones foralistas, éstos escogiesen, entre otras, la figura de Cabrit y Bassa para relanzarlos como héroes defensores del reino insular. Ello explica la existencia de uno de los cuadros más importantes que se conservan en el Ayuntamiento de Palma: una pintura de Miquel Bestard en dónde se representa la escena de la ejecución de los dos líderes militares. En 1630, un año después de la realización del citado cuadro, se proclamó a Cabrit y Bassa como patrones menores de la ciudad y reino de Mallorca, celebrándose su fiesta en la Catedral. Esta oficialidad sólo duraría cinco años, pues en 1635 el obispo de Mallorca, D. Juan de Santander, prohibió su culto. A pesar de esta prohibición las figuras de Cabrit y Bassa continúan estando presente en la memoria colectiva de los mallorquines, prueba de ello es la exposición que actualmente se puede visitar en Son Tugores; o aquellos versos de Bartomeu Guasp: "La història de nostra raça/ tingué aquí dalt gonfanoners/ de lleialtat: Cabrit i Bassa, / en heroisme i fe els primers, /ara en glòria que mai passa / postren ses palmes i llorers".

(*) Cronista oficial de Palma