El 22 de agosto de 1114 la expedición militar arribaba a la bahía de Palma. En un primer momento fondeó entre Cala Figuera y Cala Mayor, pero enseguida se decidió desembarcar más hacia el levante, más o menos en la zona actual de Can Pastilla, tal como explica con precisión el Liber Maiolichinus: "hay un pinar que se extiende en un amplio arenal que dista unas seis millas de las murallas de Mallorca [...] Un pantano y el ancho mar lo cierran por dos costados [...] Estos lugares se denominan Ramora o Forenna y muchos le llaman Catins [es decir, el Prat de Sant Jordi]. Una vez desembarcados, el conde de Barcelona dirigió las tropas de la coalición cristiana a la ciudad y una vez estuvieron frente a sus muros, ordenó que levantasen el campamento "en los campos vecinos a las murallas de la ciudad". De esta manera empezó el sitio de Madina Mayurqa, un duro asedio que duró ocho meses.

Los primeros asaltos se produjeron en el lienzo de muralla comprendido entre la puerta del Camp y la de Sant Antoni. Allí construyeron y emplearon las máquinas armamentísticas tradicionales de la época: grandes torres de madera, móviles —en la crónica se habla de "castillos"—, forradas de pieles de vaca, las cuales eran arrimadas a las murallas, previo relleno de los fosos; y arietes, de madera y metal que se abalanzaban contra las puertas, los gruesos muros y torres de la ciudad. A parte de combatir con estas máquinas, también se disponía de una caballería nada desdeñable, de certeros arqueros y de una valerosa infantería, las gestas remembradas así lo atestiguan. Gracias a la valentía y profesionalidad de ese ejército que luchaba bajo diferentes estandartes de la Cristiandad, se consiguió abrir con prontitud varias brechas en el lienzo de la doble muralla. Pero, también ese mismo ejército pudo comprobar rápidamente que la poderosa defensa que poseía la ciudad —doble muro y foso— parecía inexpugnable. Así lo cuenta el cronista, testigo ocular: "[Los cristianos] atacan violentamente la parte más alta de las murallas, golpean las puertas y vencen virilmente a sus enemigos. Finalmente descubren la profundidad del doble foso, admiran sus muros y todas sus defensas. No se parece en nada a lo que les habían contado y el terror aflige a muchos de ellos [...] desconfían y regresan en silencio, delante de tanta fuerza, desesperan de poder vencer una ciudad tan poderosa".

El conde de Barcelona y el resto de barones vieron desde los primeros días de asedio que el asalto no sería nada fácil. No había manera de penetrar en la ciudad y la tropa se empezaba a resentir. Para sobrevivir, los militares invasores perpetraban razias en aldeas, alquerías y rahales del campo mallorquín.

Al mismo tiempo, Mubassir, valí de Mallorca, escribió más de una misiva a los almorávides explicándoles la difícil situación en que se encontraban, al mismo tiempo que les solicitaba auxilio. Éstos en poco tiempo respondieron que estaban reuniendo una flota para socorrer la capital mallorquina. No tardaron mucho en conocer los cristianos tan preocupante noticia. Además, el verano había finalizado y el clima adverso empezaba a señorearse de la Isla. La situación empezaba a ser desalentadora. Para acabar de arreglarlo, el conde de Barcelona, Ramon Berenguer III, intentó, a espaldas del resto de barones de la expedición, pactar con Mubassir. Pero, en pleno invierno —en aquellos días las montañas de Mallorca aparecieron nevadas— Mubassir cayó enfermo y murió a los pocos días, sucediéndole Abu Rabí Suleyman que volvió a pedir ayuda a Al-Andalus. En eso momentos los cristianos se decidieron a envestir de forma definitiva la ciudad. El frío, los escasos víveres, la agitación de la tropa y la inminente llegada de las tropas almorávides, precipitaron los acontecimientos. Durante el mes de enero de 1115, el conde de Barcelona preparó una emboscada frente a la puerta de Portopí (esta puerta estaba alineada con la calle de Sant Feliu). Al alba, en un momento en que los mahometanos abrieron las puertas, el Ramon Berenguer III y los suyos se abalanzaron sobre ellos. Los atentos vigías, desde lo alto de las murallas se percataron del ataque y en continente llamaron a los arqueros y lanceros para contestar la ofensiva. El conde de Barcelona fue traspasado por una enorme lanza en el brazo, quedando herido. Los mahometanos, creyendo que la herida había sido mortal, desde las almenas gritaban victoriosos e hicieron correr la voz por toda Madina Mayurqa que el Conde había muerto. También espetaron gritos amenazantes a los pisanos y les conminaron a que dejasen las armas si deseaban seguir viviendo. A estas amenazas los cristianos respondieron: "No nos dais miedo. Nosotros estamos bajo la protección del Rey del mundo [Jesucristo] (…) Él nos permitirá atar con pesadas cadenas a los servidores de Satanás y matarlos con nuestras espadas. Sabed canallas que el conde de Barcelona está vivo y se acerca el momento de vuestra destrucción". Proféticas fueron esas palabras, pues el 2 de febrero de 1115 la infantería, seguida de la caballería, consiguió penetrar en la ciudad a través de una brechas abiertas en la cara meridional de las murallas, concretamente en la parte baja de la ciudad, por la parte del mar, en la zona delimitada por las actuales avenida Antonio Maura y calle del Mar. De esta manera se controló la parte baja de la ciudad. Al cabo de un mes se consiguió conquistar la parte alta de la ciudad. Ramon Berenguer III recibió en rendición a la comunidad judía y los prisioneros cristianos fueron liberados. Mientras tanto las altas torres móviles, construidas fuera de las murallas, fueron arrastradas, a través del barrio de la Calatrava, hacia los muros de la última fortaleza por conquistar, el castillo de la Almudaina. El valí mallorquín, viéndose acorralado, se introdujo en pasadizos ocultos que llevan al mar. Consiguió zarpar, pero fue interceptado y capturado por los pisanos. Después de ocho meses de sitio, los estandartes de los barones cristianos tremolaban en el alcázar de los reyes de Mallorca. Madina Mayurqa fue saqueada. Ante la inminente llegada de la flora almorávide, el ejército, presuroso —reunido el botín y los hombres— embarcó y cada uno se marchó a sus tierras. Acababa así uno de los episodios más violentos y desastrosos de la historia de Palma..

* Cronista oficial de Palma.