Desde que el fotógrafo Joan Llompart, Torrelló, se jubiló de este diario en 2003, tras cuarenta años en él, no ha renunciado a la memoria que en su caso toma forma de negativo. Mira su vasto archivo y le salen "mil temas", comenta. El último, marcado por el regreso a sus orígenes, La Soledat (s´Hort des Ca) Anys 50, adopta forma de exposición y libro, presentados ayer en Can Ribas. El Institut d´Estudis Baleàrics ha editado la publicación.

"La Soledat es mi barrio. Era un paraíso en el que los niños jugábamos a canicas, con peonzas, al escondite, a las cuatro esquinas que debían de ser cinco porque había una enmedio, donde las casas quedaban abiertas y los críos echábamos ortigas sobre las piernas de las niñas para hacerles rasguños", rememora Torrelló. "Eran tiempos de hambruna pero apenas necesitabas nada. Jugabas en la calle, ¿quién lo hace ahora? Y cuando se hacían las nueve de la noche, tu madre salía al balcón y con un grito te llamaba. Si no ibas, bajaba y te daba un pescozón".

Sus mirada sigue siendo pizpireta. "Sigo mirando con ojos fotográficos", asegura. Ha aprendido de las mañas del oficio que en su caso se originaron entre aquellas cuatro calles de un barrio que "era un paraíso". Desde 1939 –año de su nacimiento– hasta 1957 vivió en él. "Ahora me da pena ir", confiesa.

Con trece años, se presentó en Casa Planas y ni corto ni perezoso pidió trabajo para el puesto que solicitaban: botones. El dueño le dijo que debía volver acompañado por su padre. Así fue. Al día siguiente se certificó su primer oficio y su primer sueldo: dos pesetas semanales. De ver lo que allí se cocía, cogió gusto y curiosidad por el arte de las lentes. Sus primeros modelos fueron sus vecinos de la Soledat que él retrataba con la pequeña cámara que Casa Planas le dejaba los fines de semana.

"El libro es un homenaje a todos ellos, muchos de ellos, ¡la mayoría!, ya muertos", reconoce Torrelló. Entre las cuarenta fotografías de la exposición –en el libro se reproducen algunas más– surgen personajes como El Rubio, el heladero a su paso por el barrio, o Domingo y Francesca, el matrimonio que vendía pescado puerta a puerta por la barriada, o Tofolet del bar Casino, en el día de su primera comunión.

Asimismo surgen escenas de grupo, de cuando "se cenaba, por la noche de Sant Joan, en la calle", o de aquellas excursiones a sa Calobra o a la ermita de Valldemosa, Deià y Sóller "con los autocares Barceló, bueno, el autocar Barceló porque sólo tenían uno", recuerda Joan Llompart. Su primera instantánea la tomó el día de la primera comunión de Domingo, junto a sus padres, Domingo y Francesca, los vendedores ambulantes de pescado. El catálogo de la exposición reproduce el retrato de Torrelló vestido de botones en Casa Planas a los 13 años, junto a Pasqual y Massanet.

"Horrorosamente clásico"

Del aprendizaje en el barrio, pasó a montar estudio propio en la calle Sant Jaume. En 1963 empezó a trabajar en DIARIO de MALLORCA. Y mucho antes que eso, Torrelló aprendió, y mucho, haciendo reportajes de bodas, comuniones y bautizos. "Aprendí a retratar en las bodas que hacía en El Cortijo de Vista Verde. Ahora ha cambiado todo tanto. En mi época un buen fotógrafo hacía fotos malas, ahora un mal fotógrafo puede hacer buenas fotos. Pones la P de programa y ¡ya está! La manera de mirar es distinta. Ahora sólo interesan los grupitos. En mi tiempo, el fotógrafo tenía su sello", ironiza el veterano fotógrafo de prensa.

"Antes las fotografías podían cambiar una página, y ahora no porque parece que los diarios se hacen a las 12 del mediodía", prosigue.

Torrelló se encaja en una estética "horrorosamente clásica", con "salpicaduras de oportunidad que me proporcionaba el que me dijeran: Ahora a la calle".

Paradójico o no, él mismo confiesa, no haber hecho más fotografías "desde que me jubilé", a pesar de que "las calles y lo que ocurren en ellas me siguen sorprendiendo". Sin ir más lejos, se arrepiente en el día de ayer de no haber cogido la cámara. Narra el porqué: "Una de esas esculturas vivientes que hacen en la plaza Major para los turistas, esa que no tiene cabeza. Una señora le ha dejado su bebé y se lo ha puesto en los hombros, así es que era una cosa muy rara, ese hombre sin cabeza y en su lugar, ese bebé. ¡Lástima no tener una cámara a mano!", se lamenta.

Su regreso a s´Hort des Ca se saldó ayer en blanco y negro como un recuerdo emotivo "a aquel pueblo que formábamos los que vivíamos en la Soledat y que siendo niños no dudábamos en correr detras de un marine norteamericano que un día se perdió por allí para ver si nos tiraba algún dólar". La Soledat, 50 años atrás.