Los bulevares surgieron en los grandes espacios que dejaron las murallas de las ciudades al ser derribadas una vez perdido su interés estratégico. Ocurrió en París, en la Ringstrasse de Viena... y en Palma. La amplitud de los terrenos liberados permitía que se crearan avenidas amplias, arboladas y con aceras generosas para los peatones. Como en Berlín, Ciudad de México.... y Palma. Suelen ser lugares llenos de vida, como el de Montmartre cuyo ambiente captó Camille Pissarro en uno de sus cuadros más célebres. Los ciudadanos acostumbran a tomarlos para el paseo o las compras y el paseante suele ser el protagonista... justamente lo que no ocurre en Palma.

Nuestra ciudad está a punto de perder los últimos restos del gran bulevar que ocupó el perímetro zigzagueante del recinto amurallado después de su demolición, que comenzó en 1902 y se prolongó hasta 1935. Desde el instituto hasta la plaza Porta des Camp, lo que todos los palmesanos conocen como las Avenidas, tenían un paseo central con árboles y farolas. En los años cuarenta apenas circulaban por sus lados los tranvías, los carros y algún que otro coche. Hoy todavía queda el tramo comprendido entre la Escola Graduada y la plaza Porta des Camp, pero el proyecto del tranvía acaba de dictar su sentencia de muerte.

Lo cierto es que el bulevar palmesano nunca gozó del aprecio de los habitantes de la ciudad. "Sin belleza, sin personalidad ni color local", en palabras de Gabriel Alomar Esteve. Tal vez porque el paseo estaba en la parte central y no en los laterales. Quizás porque junto a las avenidas se instalaron muchas industrias de la época.

Pese a todo, dio sus frutos a la ciudad. La Fira del Ram se ubicó hasta los años 70 en el tramo próximo a los institutos y las ferias de muestras de los años 60, en Comte de Sallent. El mercado de los payeses se instalaba cerca de la Porta de Sant Antoni y cobraba una animación especial en el mes de diciembre, cuando durante la Fira de Sant Tomàs se vendían lechonas y pavos vivos. Aún hoy, lo que queda del paseo se despereza las mañanas de los sábados con el baratillo, aunque el resto de la semana sea solo un aparcamiento para coches.

Palma nunca sintió amor por sus murallas. Por eso no se conservaron. Por eso se derribó con nocturnidad y alevosía la puerta de la Conquista. Por eso se dinamitó el lienzo del Puig de Sant Pere... Ese desamor se ha trasladado, incluso en nuestros días, al bulevar al que dieron paso. El tranvía lo sentenciará.