Las tertulias han estado siempre presentes en la vida de los palmesanos. Antiguamente estas reuniones se hacían en el salón o el jardín de Can tal o Can cual. Algunos ejemplos fueron las famosas tertulias que tuvieron lugar durante el siglo XVIII en casa del marqués de Campofranco, conducidas por el cronista del Reino Bonaventura Serra; o los tradicionales corrillos que se originaban en la plaza de Cort alrededor de las once de la mañana y se alargaban hasta la una del mediodía; o las charlas literarias que tenían lugar en el jardín de la casa de Joan Alcover, ya a inicios del siglo XX.

A principios del siglo XIX, había en Palma varias tertulias, unas más familiares que otras, en diferentes casas particulares. En esa misma época la vida social se politizó hasta tal punto que llegó a perturbar muchas de aquellas reuniones de amistad e inquietudes comunes. De estos conflictos surgidos en los salones nacieron como alternativa los casinos. Apareció la figura del socio, la cuota mensual y la sede social. Se dotó a estos centros de reunión de bibliotecas, salas de juegos, salas de baile…

Cuenta Julio Sanmartín en su obra Los cien años del Círculo Mallorquín que el primer centro de estas características que hubo en Ciutat fue el Casino Palmesano. Fue fundado en 1840, se encontraba en la calle San Felio, en el edificio de Can Burgues, concretamente en un lateral que hacía esquina con la calle Montenegro. Meses después, en la misma calle, se fundó la Asociación Patriótica Balear, que muy pronto su presidente, Felipe de Puigdorfila, antes Fuster, propuso cambiar su denominación por la de Casino Balear. Tenía su sede en uno de los pisos de Can O’Ryan (edificio que hasta hace pocos años tuvo en su planta baja el cine Rialto). Tanto para ser socio del Casino Balear como del Palmesano se debía pertenecer a la aristocracia. Un aspirante a socio debía someterse a la inspección minuciosa de sus apellidos para poder ser admitido en dichas sociedades. Especialmente exigente era el Casino Palmesano, que popularmente era conocido como el Casino dels cavallers. Ante esta situación, un grupo de personas decidió fundar otra sociedad, la cual no fuese tan exigente con la genealogía de sus socios. Así nació El Liceo Mallorquín, que enseguida cosechó grandes éxitos gracias a las corales y conciertos que organizaba. Muy pronto el Liceo aumentó considerablemente su número de socios, incluso buena parte de la sección filarmónica del exigente Casino Palmesano se pasó al Liceo, anteponiendo así su pasión por la música a sus preocupaciones estamentales.

En aquella época, la primera mitad del siglo XIX, en que no existía ni internet, ni radio, ni televisión, ni cines, las diversiones se limitaban a los bailes de máscaras, a los bailes ‘de confianza’, a conciertos corales y orquestales. Completaban estas distracciones las tertulias, lecciones de esgrima, lecturas en la biblioteca, partidas de billar y otros juegos de carácter ilegal.

En 1846 varios socios del Casino Balear, con el deseo de obtener un local propio y poder abandonar el de Can O’Ryan, propusieron la compra de unos solares ubicados en parte de la inmensa explanada que se había producido con el derribo del antiguo convento de Santo Domingo. Después de dos años de gestiones, se realizó la compra y días después se encargó el proyecto del edificio al arquitecto Antonio Sureda y Villalonga, proyecto que se comenzó a ejecutar poco tiempo después. No fue fácil afrontar los importantes gastos que supuso ese nuevo y ambicioso reto. En 1851 un suceso vino a reforzar la institución.

Los socios del Casino Balear propusieron la unión con la asociación del Liceo Mallorquín. El 25 de agosto de 1851, el presidente del Liceo, Pedro Le Senne, y el presidente del Casino, Agustín Sorá, formalizaron la unión de ambas entidades. Nacía así el Círculo Mallorquín, con vocación de aglutinar la vida social palmesana. Sería interminable relatar las muchas anécdotas que se produjeron en el Círculo, las hemos oído contar a nuestros mayores y algunas incluso han sido publicadas. Pero quizás los episodios que marcaron la época más gloriosa del Círculo Mallorquín fueron, sin duda, la visitas de dos de nuestros monarcas: la visita que realizó S.M. Isabel II en 1860, que despertó una gran expectación en Mallorca, pues desde la visita del emperador Carlos I (1541) ningún rey de España había estado en la isla; y la visita que realizó S.M. Alfonso XIII en 1904, acompañado del primer ministro, Antonio Maura. En esta ocasión el Círculo tiró la casa por la ventana, lo que causó un fuerte endeudamiento. Si el antiguo salón de baile —decorado por Ricardo Anckermann— hablase, podría contar más de un siglo de vida social palmesana. Quién iba a decir que a finales del siglo XX ese mismo salón de baile se convertiría nada más y nada menos que en la sede de nuestro parlamento autonómico. Si el antiguo salón de baile hablase...

(*) Cronista de la ciudad