Santa Práxedes fue una doncella romana que murió martirizada en el siglo II. Recogía la sangre de los mártires cristianos y los enterraba. Esta es la razón por la que es representada con el ánfora en la que vertía el fluido vital.

Hace unas décadas el nombre de Práxedes o Pixedis era muy frecuente en Mallorca. La razón es que Jaume II había trasladado al palacio de la Almudaina el cuerpo, auténtico o no, de la santa. En consecuencia, los mallorquines podían venerarla de cuerpo presente en la capilla de Santa Aina. De hecho, el retablo de la mártir preside el recinto religioso una vez que el antiguo retablo de la Virgen fuera expoliado y trasladado a Lisboa.

El padre Gabriel Llompart cuenta en su libro Historias de la Almudaina (Lleonard Muntaner, editor), un prodigio atribuido a los huesos de Práxedes depositados y venerados en el castillo real de Mallorca desde el siglo XIII. Una práctica habitual en la edad media era que cuando un enfermo acudía a pedir su intercesión, se le proporcionaba agua, con supuestas propiedades curativas, que previamente había entrado en contacto con algunos de los huesos de la mártir.

El 30 de abril de 1428 el vicario Antoni Pons se dispuso a elaborar el brebaje sanador. Sus ayudantes Bernat Soldevila y Joan Brancha llenaron una jarra con agua de la cisterna del patio. Tomaron un hueso de la santa, solía ser uno de la espalda, y lo introdujeron en el agua. Entonces se produjo un hecho insólito: del tejido óseo manó una gota de sangre, muy roja y viva.

El escribano Francesc Mir y los ayudantes del sacerdote comenzaron a propagar el prodigio y la noticia se extendió rápidamente por los patios del palacio, llegó a la sede episcopal y corrió raudo de boca a oreja por plazas y calles de la ciudad.

Al día siguiente los médicos más famosos del reino examinaron el hueso y llegaron a la misma conclusión: los vestigios de sangre no parecían fruto de un proceso natural. Si tenemos en cuenta que Práxedes llevaba 1.200 años muerta resultaba difícil que pudiera licuarse ni una sola de sus gotas de sangre.

Lógicamente, autoridades civiles y eclesiásticas concluyeron que se había obrado un prodigio sobrenatural. El prestigio del agua que había entrado en contacto con los santos huesos debió crecer como la bolsa en tiempos de bonanza y el pueblo debió quedarse embelesado con los poderes que emanaban del esqueleto de Santa Práxedes o de quien fuera de la Almudaina.