Si hay un lugar auténticamente inhóspito en la ciudad son esos túneles concebidos para coches. Una invención relativamente moderna que demuestra hasta qué punto la ciudad se ha pensado durante años en términos automovilísticos. He de confesar una especial manía por los túneles de las Avingudes hacia Nuredduna y Aragó, así como el que enfila hacia Antoni Marqués y General Riera.

Tal vez sean un recurso práctico para canalizar el tráfico. Eso no es posible negarlo. ¿Pero resulta inteligente desertizar, aeropuertizar las zonas más céntricas de la ciudad? ¿No debería de ser al contrario?

Analicemos por un momento el contenido estético y vivencial de cualquiera de esos pasadizos. En primer lugar, son de los pocos reductos ciudadanos donde el peatón no puede entrar. Vedados a la presencia humana sin coche puesto. Sólo eso ya les confiere una antipatía característica. ¿Qué se puede esperar de un sitio por donde sólo pasan coches, camiones, motos, zum-zum-zum? Conductos donde no crecen flores ni viven animales. Lugares de luces macilentas, en cuyas paredes lo más bonito que puedes encontrar es un graffiti, porque generalmente se llenan de una pátina sucia, incolora. Y pocas veces se suelen repintar. "¿Pa qué?" -se dirá el responsable municipal con bastante buen criterio-. ¿A quién le importa? Si todo el mundo pasa a toda prisa por allí, nadie mira nada. Es más, generalmente casi no se ve nada.

Hay túneles bestiales que atraviesan las ciudades, como los de Lyon o Madrid. Allí son verdaderas obras de ingeniería, monstruosas. Ese elemento de gigantismo es quizás el único detalle interesante. Son feos e inquietantes. Pero uno se los mira con respeto y un poco de miedo.

Pero nuestros túneles, estrechos y cutres, sólo denotan la pobreza de miras de quienes los diseñaron. Parecen catacumbas pensadas para accidentes. Qué terrible accidentarse allí. Tan estrecho, tan siniestro.

Los túneles suponen un mal necesario para la circulación. Pero eso no significa que deban ser una afrenta urbanística y estética para la ciudad. Si han de existir, que al menos tengan un interés artístico, humano, con pinturas, música, luces, cualquier cosa menos esa metafísica tan física y ramplona del cemento y el semáforo.