El Carrer de la Concepció es un lugar tranquilo. Las sombras del convento, los portales y patios. De día, sólo los niños del colegio rompen el silencio. Menos en verano, cuando los clientes de la diminuta Alpargatería Concepció hacen cola en plena calle.

Este establecimiento es uno de los referentes del comercio tradicional de Palma. ¿Quién no recuerda haber comprado allí unas aubarques, una cesta, unas porqueres? Desde hace un año, se ha producido el cambio generacional en la gestión de la tienda. Pero todo sigue igual. Con su pequeño expositor, su gente esperando afuera. Su tesoro oculto de zapatos, cestas y sombreros.

Alpargaterías y esparterías tienen un valor añadido a la belleza de sus productos. El olor. Ese aroma seco, a palmito, que destilan los bolsos colgados en la pared. Dentro, los zapatos exudan perfumes a goma, a cuero. Y de esa combinación surge un universo perceptivo que recuerda otros tiempos. Cuando los artesanos hacían su trabajo en plena calle, o en rincones de la ciudad como los puentes o sa Riera.

Los trabajos en alpargatería, además, nos evocan la manufactura tradicional. Son tan reconocibles que podemos identificar en muchos casos su procedencia. Aubarques de Menorca, alpargatas payesas de Eivissa. Son pequeñas obras de arte en las que uno se imagina a una viejecita vestida de negro, trenzando las cuerdas con destreza.

Hoy en día, cuando todo se hace de forma seriada y globalizante, los productos de antes brillan con una luz especial.

Establecimientos como el del Carrer de la Concepció nos recuerdan a la vieja alpargatería de Eivissa, cerca del Carrer de ses Farmàcies. Allí también cuelgan espardenyes y senalles.

Tanto uno como otro suponen la renovación de lo más tradicional. La belleza de lo sencillo. La reivindicación de lo manual. Produce una extraña satisfacción ver a tanta gente vestida de marca, con zapatos o prendas de multinacionales, esperar pacientemente su turno para comprar unas sencillas alpargatas de payés.