Palma nunca ha sido ciudad de mucho neón. Nada que ver con las calles de Tokio en las que se ofrecen los últimos prodigios tecnológicos o con la orgía de luces con la que se anuncian los casinos de Las Vegas. El neón es un gas anaranjado descubierto en 1898 por los químicos ingleses William Ramsay y Morris Travers. Una década después, el físico francés Georges Claude lo utilizó para iluminar en Grand Palais de París y en 1912 brilló el primer anuncio de neón en Montmartre. Más tarde, los científicos descubrieron que alterando el gas e introduciendo sustancias en polvo en el tubo, podían conseguir una amplia variedad de colores. El neón ha entrado en el mundo del arte. Se organizan exposiciones y hasta tiene su museo en la capital americana del juego.

Sin embargo, Palma no puede presumir de grandes juegos de luces de colores fruto de la combinación del gas nuevo -eso significa neón- con otros elementos.

Por eso me sorprendió el otro día, mientras paseaba por la calle de ses Monges un neón vertical de unos cinco metros de altura, algo deteriorado, que anunciaba los Cafés Sorbito -sí, esos cuya publicidad aseguraba que "cada sorbito vale por dos"-.

Varias letras del nombre comercial están caídas, pero en la parte inferior se ve el inconfundible dibujo de una taza de café humeante y la palabra "tostadero". Cafés Sorbito, según me explican desde la empresa, que sigue activa en el polígono de Son Castelló, nació en 1962 tras una división entre dos socios de Café Rico, Antonio Fontanet y Sebastià Planas. Hace unas décadas, todos los tostadores mallorquines tenían tiendas propias en el centro de la ciudad, de las que en la actualidad solo sobrevive la de Cafés Llofriu. Esta es la razón de que se instalara este cartel publicitario de neón en un lugar tan poco transitado como la calle de ses Monges, aunque los aromas torrefactos o naturales debían llegar hasta las concurridas calles Colom y Jaume II. El establecimiento cerró y como vestigio de lo que allí se vendía quedó este deteriorado neón.

Las ordenanzas municipales actuales no permitirían la instalación de esta publicidad luminosa. Sin embargo, en recuerdo de lo que fueron los años de neón en el mundo de la publicidad habría que reparar y conservar el de Cafés Sorbito. Y si no es posible mantenerlo en la calle de ses Monges trasladarlo a uno de esos futuros museos de la Ciencia que con tanta ilusión como desinterés de las administraciones promueven Felicià Fuster y otros enamorados de los avances científicos.