El baratillo de las avenidas, el más concurrido y peculiar de Ciutat, es un santuario de pequeñas reliquias perdidas entre mil manos a través del tiempo. Objetos de buhonería, artesanía, textil y otras baratijas en general conforman la oferta un mercadillo con encanto especial, que mezcla a turistas, curiosos, anticuarios, trileros y otros ilustres figurantes de la Palma más profunda. Los comerciantes, el alma de esta clásica congregación sabática, ven cómo en los últimos años se han reducido sus ingresos, lo que achacan al uso del euro. El cambio de moneda, como suele suceder en los productos de bajo coste, ha vuelto a hacer estragos.

En un sábado nublado, a los mercaderes se les ve nerviosos. Al caer las primeras gotas, saben que los escasos ingresos de toda una mañana de trabajo pueden irse al garete. "Hoy me la juego", comenta contrariado Antonio Amaya, quien lleva más de 30 años trabajando en diferentes mercadillos. Regenta un puesto en la calle Mateu Enric Lladó, junto a la Escuela Graduada. Cuadros, "trastos" y libros conforman su oferta, aunque los muebles pequeños es lo que más le compran. Asegura que "desde el euro las ventas están fatal". Buena prueba de ello son sus máximas ganancias al día, que rondaban los 800 euros hace unos años y que ahora se reducen a la mitad. En cualquier caso, siempre sigue habiendo buscadores de pequeños tesoros con los cinco sentidos a punto para encontrar verdaderas gangas.

A sólo unos metros del puesto de Antonio se encuentra el senegalés Ndiaga Kebe, uno de los múltiples representantes de la artesanía africana del baratillo. Corrobora la pésima situación que denuncia su compañero de rastro y subraya que "las últimas temporadas están siendo malas". Pese a desconocer los factores que condicionan el comercio de productos a bajo precio, tiene una intuición: "Debe ser el cambio de moneda, o algo así".

Y es que la llegada del euro, a pesar de reducir los dígitos, no ha conseguido hacer más accesibles los precios, o al menos que lo parezca. En cambio, ha disminuido el poder adquisitivo de los clientes. "Ahora encima tenemos más gastos", agrega. Según Ndiaga, tener una parada de tres metros de longitud como la suya cuesta al año unos 100 euros, que han de servir para sufragar el seguro y la licencia.

Rafael Ramón, comerciante de películas en formato VHS y DVD de la calle del Vedrà, va más allá y afirma que paga unos 300 euros al año al Ayuntamiento. Rafael también ha visto reducidos sus ingresos a la mitad, y apunta que las ventas ahora van "regular". Los mayores beneficios los saca de los films porno y de acción, así como de los de "domingueros", denominación que emplea para las películas españolas de humor rancio. Su negocio es uno de los más fructíferos del rastro, pero no es ajeno a la coyuntura económica: "Desde que tenemos el euro, los extranjeros hasta te regatean".

En la otra parte del baratillo, en la avenida Gabriel Alomar y Villalonga, se ubica el puesto de Leonor Amaya, con un amplio despliegue de manteles. Al igual que muchos mercaderes, Leonor se trasladó hace unos años al polígono de Levante, para acabar finalmente en la zona de las avenidas. Dice que en verano "se vende más" y que al día llega a ganar entre 60 y 120 euros, cuando sólo hace unos años conseguí el doble. Los que más le compran son los extranjeros, como le sucede al resto de sus compañeros.

Presencia de trileros

Uno de los aspectos sobre los que había llamado la atención Leonor es la presencia de trileros, hábiles jugadores en la vía pública que acuden raudos a su destino cargados con una caja de cartón, tres patatas talladas y bolas para marear al personal. Al recorrer la acera que divide las calzadas en Gabriel Alomar y Villalonga aparecen rápidamente. Su presencia se convierte en un reclamo para muchos turistas, que no dudan en lucir frondosos fajos de billetes. Tienen vigilantes a cada uno de los lados para huir a tiempo de la Policía. Sólo la presencia de los agentes o la de una cámara, de vídeo o fotográfica, puede provocar su marcha. No obstante, se resisten: "Foto no, foto no ¿eh?".

No son pocos los comerciantes que temen la presencia de estos astutos tahures. "Aquí todavía no han llegado, pero cuando vienen son un montón y no te dejan vender nada", se queja Elijerari Assia. La marroquí ostenta un negocio de ropa frente a las oficinas del ayuntamiento de Palma, justo al lado contrario del que suelen frecuentar los trileros. Su presencia, junto a la mala situación comercial, provoca que haya días en que "no vendes nada". Ni ella ni la mayoría de mercaderes se han visto afectados por el cambio de ubicación de los puestos de las calles Jaume Lluís Garau y Mateu Enric Lladó, aunque sí sabe que hubo problemas "con los que venden baratijas".

Objetos para todos los gustos

Uno de los principales alicientes del baratillo es la gran cantidad y diversidad de artículos que pueden encontrarse. Al subir las calles Fra Cuñado y Socors, en dirección a la plaza Llorenç Bisbal, las colecciones llegan a su punto álgido de rareza. Sobre una manta de dos metros de longitud se vende: un conjunto de retratos familiares ancestrales aún por desempolvar, utensilios rurales, sillas infantiles de plástico, un mortero, un cuadro en relieve de la última cena de Jesús, un futbolín en miniatura, una cacerola, el libro El caso de la novia curiosa, de Perry Mason, un manual escolar de religión y una bandeja con viñetas sobre el proceso de elaboración del cava Codorniu.

La cosa no termina ahí porque volviendo un poco más abajo, frente al colegio San Agustín, José Antonio Díaz pone a la venta, orgulloso, una gigantesca tinaja de 3,40 metros de longitud. "Y las he vendido más grandes", añade. Tales objetos proceden, para más inri, de la península, en concreto de Valdepeñas, en Castilla-La Mancha.

También es posible encontrar obras de más o menos arte. Un comerciante, que declina dar su nombre porque así se lo prohíben los inspectores de abasto destinados en la zona, afirma que trae unos 20 cuadros cada día para venderlos, la mayoría de creación propia. Los principales compradores de pinturas son los extranjeros, que adquieren paisajes mallorquines y que se sienten atraídos por los trazos impresionistas.

Además de los inspectores, conocidos entre los mercaderes como "placeros", también son habituales los "piratas", anticuarios en busca de viejas gangas perdidas en el olvido y que "van como lobos". Según el testigo anónimo, a las 6.30 horas se presentan para adquirir todas aquellas existencias que les puedan ser de interés comercial, con el objetivo de revender posteriormente sus adquisiciones a los turistas. También hay que compartir espacio, en ocasiones, con los contrabandistas, expertos en escurrirse a tiempo de la presencia policial. Los que no se atreven a aparecer, según cuenta la fuente anónima, son los trileros. La estricta vigilancia de los inspectores y de los agentes de la Policía Local hace casi imposible que aparezcan por la parte alta del baratillo, donde "están perdidos". En la plaza Llorenç Bisbal puede verse el estricto control al que se someten los comerciantes, que han de lucir el preceptivo cartel azul con el que acreditan la posesión de la licencia municipal para ejercer el comercio en esta zona.

Amplio despliegue policial

La presencia trileros, contrabandistas y otros sujetos ha llevado a incrementar la presencia de cuerpos de seguridad en el baratillo de las avenidas a lo largo de los últimos años. Según fuentes policiales consultadas sobre el terreno, cada sábado se desplazan a la zona tres inspectores de abasto, encargados de controlar el género que se comercializa, así como la correcta distribución de los puestos y la posesión de la correspondiente licencia. Además, hay cuatro agentes uniformados de la Policía Local, que cada semana van rotando, así como un oficial y tres de paisano. Suelen dividir las zonas de actuación en dos; la parte de la avenida Gabriel Alomar y Villalonga y la que comprende los núcleos de la calle Mateu Enric Lladó, junto a la Escuela Graduada, y la plaza Llorenç Bisbal.

Esta vez, sin embargo, no ha hecho falta el trabajo exhaustivo de los agentes para combatir a trileros y contrabandistas, este es un sábado marcado por la lluvia. A las 12,30 horas termina toda una mañana de trabajo, deslucida por la posibilidad de precipitaciones, y los mercaderes se apresuran a guardar el género. Hay que salvar todo lo que se pueda para el próximo sábado. Quizá sea mejor pensar que la suerte acompañará entonces.