Durante muchos años, uno de los género menores de la información municipal eran las llamadas "crónicas de caca de perro". En cualquier momento de escasez, falta de temas o de imaginación, se escribía sobre las deposiciones perrunas que afean y contaminan las calles. Eso, aparte de un recurso más o menos socorrido, era una verdad como un piano. La coexistencia de humanos y perros en el espacio urbano siempre ha tenido como leit-motiv la falta de limpieza. Y efectivamente el espectáculo por las calles resultaba siempre lamentable para la vista y la suela del zapato.

Desde hace unos años, y dentro del movimiento de mayor conciencia ciudadana, los propietarios de perros han empezado a asumir que no se pueden dejar tantos zurrullitos por ahí. Lo que obliga a portar una bolsa o papel en la mano, a fin de retirar el excremento una vez el animal ha terminado.

Pero, al mismo tiempo, los ayuntamientos han inventado un nuevo espacio. Un recinto que hubiera sido impensable hace años. Hablamos por supuesto del pipicán.

La verdad es que por el momento los pipicanes siguen siendo bastante simbólicos. Quizás porque son todavía pocos los usuarios humanos que se acercan a ellos. O porque en muchos casos sus dimensiones resultan demasiado exiguas. Pensando como perro.

El pipicán es ya un invento extendido por Europa. "Wc pour chiens" francés, "hunde-wc" alemán, "vero e proprio gabinetto per cani" en italiano. Se ha ido generalizando como una práctica para los ayuntamientos, que los suelen instalar cerca de parques y zonas de esparcimientos. Y por propietarios civilizados de perros.

El pipicán ha suscitado incluso debates estéticos. Existe una iniciativa denominada "Pipicán proyecto" basada en el arte callejero. Se trata de estimular a los creadores a diseñar diseños originales para los pipicanes. "Si te molestan los desechos de los perros de tu entorno, envíanos tu diseño o proyecto de Pipicán ideal para proponérselo a la administración. Si no les interesa al menos podemos crear un sitio web con los diseños de Pipicán".

Así que ya lo saben, si tienen ideas estéticas propias sobre el pipicán pueden enviarlas a: "yoonah@connect-arte.com".

La verdad es que hace falta. He pasado algunos ratos meditando en los pipicanes, y además de oler francamente mal siempre me parecen una especie de santuario a un dios desconocido. O mejor dicho, bastante conocido: el poste meado. Son espacios delimitados por una verja, para que el perro no escape. Con una arena ya un poco rancia, impregnada de sustancias estimuladoras del pipí perruno. Con ese poste central, erguido al modo de un tótem o un genio menor, y multitud de mierdecillas ya un poco secas y fosilizadas, al modo de pequeñas ofrendas de los devotos. En un rincón, los dispensadores de bolsas y algún cartel educativo.

El pipicán parte de un concepto etológico algo equivocado. Porque se considera el tema desde un punto de vista fundamentalmente humano. Se traduce la noción de water-close al reino animal, lo cual no deja de ser dudoso.

Los perros no sólo mean por necesidad, sino también por un instinto irrefrenable de marcar territorio. Delimitar su espacio frente a los otros. Concentrar tantas marcas de territorio en un espacio diminuto supone crearles un caos perceptivo. Además de estimularles poco.

Al mismo tiempo, la pequeñez de esos lugares impide que los perros jueguen y se relacionen con cierta facilidad, lo que debería de ser un complemento añadido a la mera función excremental.

El verdadero pipicán tendría que ser un largo pasillo lleno de postes. Donde el perro, de forma gozosa, fuera repartiendo sus secreciones conforme avanzaba. Así, además de un mayor esparcimiento, se aliviarían un poco los aromas tan concentrados en poco espacio. Vaya usted a uno de nuestros pipicanes ciudadanos. Intente imaginarse como perro. ¿Le gustaría?

www.carlos-garrido.com