Durante siglos, Palma fue una ciudad mediterránea. con sus calles angostas, sus edificios un poco umbríos, los tejados y los campanarios. Pero desde finales de los 60 hasta los 80 los gustos se americanizaron. Surgieron así modelos que nada tenían que ver con la tradición urbanística mallorquina, creando microclimas arquitectónicos. Obras curiosas que con el tiempo han quedado un poco derrelictizadas, aisladas en su extratemporalidad estilística.

Una de esas muestras extraterritorializantes está en las Galerías Olmos. Ese pasadizo que comunica el Carrer dels Oms con la plaza de los Patines. Allí existe un pequeño Nueva York, un paisaje absolutamente atípico dentro de los patrones urbanísticos de la ciudad. Microambiente que alcanza un carácter muy curioso e incluso bonito a su manera.

El espacio vacío entre varios edificios deja sus partes traseras al descubierto, en una verticalidad rampante que recuerda esas fachadas neoyorquinas de carácter modesto, con escaleras de incendios y muchos niveles. Al ser una disposición cerrada, que da la espalda tanto a Olmos como a la plaza, se convierte en un pequeño mundo muy peculiar. Resaltado además por las características de los comercios allí radicados.

Las copisterías forman parte del patrimonio del Carrer dels Oms. Y así como en Eivissa existe un "carrer de ses farmàcies", aquí deberíamos bautizar esta ruta como "es carrer de ses copisteries". En ningún otro sitio están tan agrupadas, una al lado de otra. siguiendo los criterios comerciales decimonónicos, bien distintos a los actuales.

Las copisterías tienen varias virtudes. En primer lugar son locales muy visitados, de gente apresurada que entra y sale. Dan una sensación de calor humano, de actividad, de tiempo minutero. Y además suelen tener unos escaparates fascinantes, con esa cantidad de planos y documentos, de caras anónimas que te miran con expresión de carnet de identidad. En un expositor de copistería te puedes pasar horas sin cansarte.

Y luego estaba la tienda estrella, la madre de todas las tiendas de las Galerías Olmos: la fenecida librería Logos. Cerrada hace apenas unas semanas, fue uno de los centros emblemáticos de la cultura clandestina durante el franquismo. Su fundador Domingo Perelló tenía una trastienda con todo tipo de obras prohibidas. Era el dispensador de las publicaciones más alimenticias en aquellos tiempos de escasez. Allí estaba, con su figura majestuosa y algo hierofántica, presidiendo el caos absoluto que era su librería. Erguido sobre montañas de libros amontonados. Olía a papel y polvo. Y él guardaba en su memoria hasta el rincón más remoto donde tenía, casí se diría ocultaba, sus libros. Domingo Perelló abrió esa emblemática librería en 1968, y tras su muerte en 1992 su hijo mantuvo el local abierto. Pero los tiempos habían cambiado y el romanticismo de la Logos ya no era apreciado. Cerró hace un mes sin que nadie le expresara el agradecimiento por tanta cultura y buena literatura dispensada.

Logos no podía estar en otro sitio que no fuera aquellas extrañas galerías, ya de por sí clandestinas en su aspecto. Y que sin la Logos ya nunca serán las mismas.

Otro comercio que recuerdo con añoranza era la tienda de discos Jonch, que durante los últimos 70 surtía de discos de rock a los hambrientos de este tipo de música. El pollensín Toni Capllonch, que moriría prematuramente años después, la regentaba. Colaboraba en las páginas musicales de Diario de Mallorca, y muy joven escribió un libro difícil de encontrar: Los lazos rasgados. Una especie de crónica adolescente sobre la rebelión juvenil de los 60.

Son dos recuerdos, ya desaparecidos, a los que podríamos sumar los establecimientos que funcionan en la actualidad. Y que componen, junto a ese paisaje de rascacielos trasero un poco harleminiano, el encanto de estas galerías.

www.carlos-garrido.com