Gracias, Marisa Paredes
Catherine Alcina
Un día, a finales de los 80 o quizás antes, Agustí Villaronga compró unas máscaras y me dijo de ponérnoslas antes de llamar a una puerta. Abrió Marisa Paredes y a él lo reconoció enseguida. La sorprendida fui yo, que no sabía nada, pero la risa de Marisa quitó toda amago de vergüenza, que yo podría haber tenido. Agustí era así de payaso y a todos nos contagiaba. Pasamos una tarde muy divertida, entre risas y bebidas. Luego volví a verla varias veces. La vida, nunca he visto algo más raro, hizo que por casualidad fuéramos vecinas. Yo en Barquillo, ella en Piamonte. Me habían dejado un piso en obras, pero sin ducha. Era duro volver de un rodaje y tener que llamar a la puerta de un amigo vecino para ducharme, pero Marisa lo entendió enseguida y me ofreció también su ducha. Ahí se nota quién viene del teatro y quién no. Quién sabe compartir y entiende lo que otros arrugarían la nariz y cambiarían de tema. ¿Que no tienes ducha en tu casa? Pues ven a la mía y de paso cenas. Ella trabajaba mucho, por las mañanas la oía cantar rancheras mientras ensayaba una película con Almodóvar y por las tardes un monólogo en el teatro. Me adoptó enseguida, fue como una madrina generosa que no perdía detalle en todo lo que pudiese ayudarme.
Gracias Marisa por aquellos días madrileños que pude compartir contigo.
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