Recuerdo de una infancia ya lejana los comentarios en casa del libro Pequeñeces del escritor Luis Coloma. Ya no viven los tertulianos de aquella hora del té, pero al leer hoy en el Diario el artículo Enlatados Municipales Transportados de Teresa de Ruz Massanet, me recreé en las cosas diarias y pequeñas que tienen su sitio. Junto al Silencio de Miguel A. Lladó Ribas que me llevó al Camino de Santiago -pendiente en la vida pero creo que sin tiempo ya-, leídos ambos en el jardín-terraza del Hotel Araxa cerca de casa. De vuelta pensaba en lo pequeño, unas líneas, la tacita de café, la llamada telefónica de alguien y viceversa.
Me acerco a lo pequeño por no aspirar a grandezas imposibles que no tienen sitio en mi vida hoy. Pequeñas -a veces de siete horas- eran las excursiones de montaña con los variados y variopintos grupos que me enseñaron y acompañaron al caminar; en la mochila de lo pequeño están ya. Y lugar hay para Valldemossa, sus cosas y la casita que tuve unos años con olor a horno de coca y pan; el gallo cantaba todos los día. Y los amigos de entonces me acompañaban al merendar.
Desde Santander hasta hoy. Cosiñas-cosas para el adiós de poco a poco.
Bastantes amigos murieron ya y están en el recuerdo del recoveco en la mochila que guarda secretos.
Lo pequeño empieza y se debe valorar. Lo pequeño termina y hay que saber decirle adiós. Como a las flores que en su tiempo se deberán marchitar. Como el día que anochece. Me enamora lo pequeño que agrando a veces.
Fui pequeña pero ya no. Es esto un halago a las Pequeñeces de un libro que por la edad no leí, del que oí hablar y comentar y de cuyo títu lo espero que algún día me ayude a saber y comprender que mi tiempo, pues eso... ya está.
Fue intensamente pequeño y no sé si tendré fuerza para cargarlo al final.