La picaresca es aquel género en el que un hambriento «aguza el ingenio». En entrevistas de algunas grandes empresas se pregunta sobre la situación económica de la familia, por si es muy boyante, descartar el candidato. Este año llevo cinco. El primer gol lo recibí de una compañía aérea española en la que no aceptaron el cambio de sólo el nombre del viajero, ya que me había equivocado. Tuve que comprar otro billete. El segundo, a lo Panenka, fue con otra susodicha, habitual en estos temas, en la que no habiendo podido facturar online durante los días previos al viaje, tuve que pagar 31 euros por dos personas por hacerlo en el mostrador. Suave, pero golazo. Paga o quédate. El tercero, un retraso de 5 horas no cobrado aún desde hace 4 meses. El cuarto ya fue la empresa que me instaló las placas fotovoltáicas, sin avisarme de que si quería la inclinación óptima para producir energía debía pagar otro precio. El juez dirá si soy razonable. Y el quinto gol ya es de órdago. Llevo 15 días sin internet. Aún no sé el motivo, pero me desconectaron de la red mundial y sigo sin esa preciada highway to hell o si lo prefieren starway to heaven. Según la compañía «Usted no cabe en la caja de conexiones». Quizás haya otro más rico, joven y guapo ocupando el lugar de mi cable desconectado. 

Y los departamentos de ardides y mañas proliferan en las grandes empresas. Los tradicionales ingenierios trocan por traicioneros e ingeniosos humanos de baja cuna y alta cama. Se trata de producir muchos y pequeños desfalcos inabordables para el consumidor por los laargos y costosos juicios. La administración está saturada. Justicia, Consumo. Y lo saben. Su hambre es insaciable, se deben a sus accionistas y como el horno no está para rollos, van a la yugular. «Moltes mosques maten un ase». Un poco de aquí, un poco de allá y a robar para presumir de ganancias trimestrales. Low cost gets high profits. Hay que joderse, ¿no tienen esa misma sensación?