Recientemente ha habido una gran polvareda mediática a raíz de las burradas que estudiantes de un colegio mayor universitario masculino de Madrid gritaban desde las ventanas a sus vecinas de un colegio mayor universitario femenino, burradas que estas aceptaban, parece, con toda naturalidad y contestaban con sandeces de tenor similar. 

Se ha hecho mucho hincapié en el carácter machista de lo que vociferaban los varones y en si sus gritos son o no constitutivos de un delito de odio. Sin quitarles importancia, creo que estas apreciaciones suponen trivializar los hechos. 

Más allá del contenido de las lindezas que se intercambiaron ambos colectivos, producen una enorme decepción y una profunda tristeza que jóvenes universitarios, que deberían ser la flor y nata de nuestra juventud y de los que pronto saldrá la élite dirigente de nuestro país, se diviertan, vociferando desaforadamente, a base de gamberrismo, grosería y mala educación. Si en ningún colectivo son disculpables actitudes así, entre los universitarios son inadmisibles. 

Quizá estos incidentes deberían hacernos reflexionar acerca de cómo estamos formando a nuestros jóvenes. Si en la escuela no se premian la urbanidad, la disciplina, el esfuerzo y el éxito, no se sanciona el desinterés y se hace la vista gorda antes los malos resultados, estamos diciéndoles implícitamente que cualquier comportamiento está bien.