Ya y con permiso de la autoridad sanitaria se puede prescindir de tal complemento de prevención covid. 

Ay mascarilla, que poco te quise o te quiero. Me empañaste las gafas más de una vez. Anulaste mi rostro hasta el extremo de que me preguntaban: ¿quién eres?, cosa que también hice yo en referencia a otras personas. Fuimos seres desconocidos o conocidos a medias. Presuntuosos con el artilugio para llevarlo a juego, por ejemplo con los zapatos del mismo color, y también olvidadiza por mi parte hasta el extremo de que algún taxista me regaló una.

La primera liberación fue en paseos por el bosque de Bellver. La segunda llega ahora con responsabilidad personal de llevarla o no según las circunstancias. Un no, sí, no..., como ante el deshoje de una margarita en flor que te augura la buena suerte.

Pues en vez de eso, el sentido común personal será suficiente y más que una flor amarilla.