A Dios gracias hace mucho tiempo caí en la cuenta de la tomadura de pelo que era la afición futbolística y me negué a participar en una feria de ganado, de intereses particulares y de negocios más bien de dudosa ética (bueno, de dudosa, nada). Ahora nos desayunamos con el negocio de dos peloteros, el Piqué y el vivales, digo, el Rubiales. Perfecto, están haciendo negocio, todo muy correcto en la opinión de los intervinientes, pero nada dicen de lo que hay sustentando su negocio desde hace tiempo: el papanatismo de los aficionados, que pagan a estos impresentables, que gritan y se dejan apalear, incluso matar, por sus colores, mientras unos cuantos se ríen de ellos con un descaro similar al del Nuevo Zar de todas las Rusias, y se hacen de oro de paso. Y con todo esto, no veo reacción de los aficionados, la mayoría de buena fe, que se dejan timar y peores cosas. Se pegan por contratar plataformas televisivas par ver los partidos, no pueden asistir a ellos porque se los llevan al otro lado del mundo, pero, nada, tan tranquilos: parece que la sarna con gusto no pica, o pica menos, pero no se cura con esta profilaxis, se agrava. Panis ( que va escaseando) et circensis. Y aún nos quejamos porque el país no va bien y que la culpa es de los políticos (que no digo que no tengan parte) pero nosotros, tranquilos. A seguir siendo timados, engañados, olvidados y siempre despreciados.