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Con pasión

Josefina Cabot Rigo. Palma

Esta mañana, he acompañado a una persona a los juzgados, la cual ha sido estafada y encima denunciada injustamente, por enamorarse, por confiar, por querer ser feliz y a la que arruinado económicamente.

El abogado que lo representa, se ha implicado de tal manera, que la emoción se ha apoderado de él en un momento dado. Un hecho que ha despertado en mí un sentimiento apagado y me ha conectado con la compasión. Esa que me hacía correr de niña, cuando mi abuela me mandaba con una bolsa de comida, para la mujer que pedía limosna en la puerta de la iglesia. Pobre niña inocente, pensaba que podría vivir con esos briks de leche.

Han pasado casi 20 años en los que me he dedicado a escuchar, acompañar e intentar cambiar situaciones difíciles. Tantas historias, tantas vivencias, que cada una de ellas te roba un trozo de corazón, te roba horas de sueño, te roba esperanza y fe en el mundo. Barbaridades, vulneraciones, situaciones tan duras que hacen que cruces esa línea invisible, donde barreras como ordenadores, papeles y llamadas facilitan que dejes de mirar, de escuchar, de conectar y así poco a poco ya no sientas nada, ya no te sorprenda casi nada, pocas cosas te conmuevan ya que estás anestesiada y en ese momento te conviertes en una gestora de recursos. El cambio, el proceso, el fin, puede ser el mismo, pero sin humanidad.

Hoy, he recordado al médico que nos comunicó que la muerte de mi padre se acercaba, con sus lágrimas, con su pena, que maravilla ser humano, ser persona y no tener miedo a mostrarse. Igual de profesional, igual de humano.

Sea cual sea nuestra profesión, sea cual sea nuestra relación con los otros, hay que hacerlo desde el corazón, con la finalidad de ayudar al otro, de buscar su bienestar, poder ofrecer unos minutos de felicidad, tratar de aliviar el malestar. Hace mucho que sé que no voy a cambiar el mundo, ni lo pretendo, pero quiero tratar de mantener esa sensación al llevar comida a la puerta de la iglesia.

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