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La solución del conflicto catalán

José María Becerril. Palma

España no se puede permitir malgastar un ápice más de su energía y su dignidad en tratar de solventar un problema, el del independentismo catalán, que con la actitud actual y pasada de sus protagonistas es irresoluble. La solución natural de este problema es que los independentistas acepten formalmente procurar la consecución de sus aspiraciones exclusivamente por las vías previstas en nuestra Constitución, que los catalanes aceptaron en su día mayoritariamente, y respetar las instituciones nacionales. Todos estamos sometidos a la ley; ¿por qué los independentistas catalanes tienen que ser una excepción? Mientras esa aceptación no se produzca no debe haber para ellos ni indultos ni ningún otro gesto de buena voluntad, y si se les ocurre volver a quebrantar la ley debe ser suspendida sine die la autonomía de Cataluña. Cabría que con esta actitud el independentismo catalán se radicalizara aún más, pero al Estado, con la fuerza legítima de la que dispone, no debería preocuparle mayormente este riesgo. Sin embargo, me atrevo a pronosticar como muy probable que si vieran enfrente una actitud verdaderamente firme y decidida, que nunca se ha tenido con ellos, los independentistas catalanes se desinflarían y dejarían de dar problemas. Pero ¿acaso estoy soñando? Al escribir estas líneas estaba pensando que vivíamos en un país serio, no en España, pobre país en el que gobierno y oposición son incapaces de ponerse de acuerdo a la hora de afrontar problemas tan trascendentales como éste, y en el que las turbulencias nos resultan más atractivas que la paz, el rigor y la disciplina libremente aceptados.

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