Opinión | Pensamientos
Insumiso por un día
Estaba harto de los terremotos en sus biorritmos por los cambios de horario. Decidió hacerse insumiso, el único de España

Felipe Armendáriz / EP
Onofre Caldentey, de 65 años, estaba harto de los terremotos en sus biorritmos por los cambios de horario. Decidió hacerse insumiso, el único de España.
Caldentey se animó a sí mismo. «Soy un maoísta, un revolucionario, vatua el món, a la porra el sistema», pensó; recordando su pasado en la ORT, cuando era «jovenet».
Sin consultarlo optó por no atrasar los relojes cuando lo mandó el Gobierno. «Prefiero el horario de verano, más luz, más vida, más Mediterráneo». No se lo dijo a nadie, ni a su mujer, ni a sus hijos.
El jubilado adelantó la hora en su móvil y portátil, chismes que, borregos, se habían adaptado solos al nuevo orden. En casa quedaban pocos relojes analógicos, así que nos lo tocó. Tampoco trasteó en el del coche, un Peugeot 106 de tiempos de José María Aznar.
La primera prueba llegó pronto. Tenía cita en el PAC de Son Pizá a las 10 con la doctora Perelló. Llegó al centro de salud a las 9.45, pero en realidad eran las 8.45. «¡Jolines cómo tarda hoy la médica; es raro; no hay nadie esperando!». El paciente tuvo que aguardar hora y tres cuartos hasta que Perelló salió a la puerta y pronunció su nombre.
La demora cabreó al rebelde, pero no le amilanó. Estaba harto de la tiranía de Pedro Sánchez y sus pseudoizquierdistas del Gobierno.
A las 13 estaba muerto de hambre. Su esposa no aparecía; le llamó por teléfono. «Antònia, ¿dónde paras?, ¿qué hay hoy para comer?». «Estoy en el Mercadona, comprando; pondré llampuga con pimientos rojos; ¿pasa algo?», le contestó su fiel compañera de toda la vida.
Nuestro hombre no dijo nada, picó unas galletas de Inca y no comió hasta las 15.30 horas, según su peculiar cronograma.
A las 17 había quedado con su amigo Tomeu, en la cafetería «Angel». Habían sido compañeros de trabajo en la EMT. Les gustaba hablar de los viejos tiempos y de las decadencias actuales. Ambos fueron, durante décadas, miembros del comité de empresa, época dura.
Su colega no se presentó hasta las 18 y 5. Se excusó por el retraso de cinco minutos diciendo que había llevado al nieto a las clases de judo.
Esa noche había un partido de fútbol Madrid-Barça a las 10 hora oficial. Era seguidor del equipo catalán y enemigo acérrimo del club de Florentino. «Es a las 11 de la noche: muy tarde para mí». El pensionista seguía a rajatabla los consejos de los geriatras sobre las horas de sueño.
«Lo grabaré en vídeo». Programó mal el aparato. El resultado: grabó una hora de telediario y se perdió la mitad del clásico. Encima ganó el Madrid.
«Es extraño, no hay gente por la calle; no hay personas yendo al trabajo, ni colegiales rumbo a la escuela», meditó Nofre camino del taller. Su amigo Pepe, su leal mecánico, le había dado cita a las 8 de la mañana para cambio de aceite y mantenimiento del Peugeot.
Se presentó a las 7.45 en la puerta del taller. Eran, en el mundo auténtico, las 6.45. No subieron la barrera hasta 75 minutos después. Casi se muere de aburrimiento.
«Papá, ¿puedes hacerme un favor?, mañana va a venir el técnico de las persianas a mi casa para cambiar una cuerda, ¿podrás tú atenderle?», le dijo su hija Margalida, que con 30 años apenas podía pagar el alquiler de su estudio. Para ella soñar en comprar una casa era una utopía. «¿A qué hora has quedado?», dijo el progenitor. «Me ha dicho de 8.30 a 9.30». ¿Pero eso, qué hora es?, preguntó. «Papá, ¿qué te pasa?, estás como ido». «Nada hija, me rindo, me rindo».
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