Opinión
Solos ante la pantalla
Las plataformas han democratizado el acceso a contenidos y multiplicado la oferta de entretenimiento. Pero su uso requiere conciencia y autorregulación

Móviles / Miguel Angel Gracia
Sant Joan de Déu ha puesto en marcha una campaña destinada a visibilizar la soledad no deseada, problemática que afecta a más de 30 millones de personas en Europa. Esta cifra es el reflejo de una sociedad en la que la conectividad virtual coexiste con niveles elevados de aislamiento. Y en esto el streaming, actividad estrella del ocio digital, tiene mucho que ver.
El consumo en plataformas ha desplazado a muchas actividades que antes generaban encuentros presenciales, como ir al cine, reunirse con amigos para ver un programa o conversar sobre lo que todo el mundo había visto la noche anterior. Es cierto que las redes se han convertido en espacios de intercambio en los que la gente debate sobre lo que está viendo, pero este tipo de relaciones son tan efímeras como el tiempo que se tarda en actualizar los feeds.
El streaming no solo ha provocado mayor desapego de las actividades colectivas. También ha acentuado los vínculos emocionales unidireccionales que los espectadores desarrollan hacia personajes ficticios. Pasar muchas horas con ellos genera una sensación de intimidad que puede resultar más cómoda que las relaciones reales, con sus complejidades, vulnerabilidades y el riesgo de rechazo. Múltiples estudios han constatado que este fenómeno puede crear un círculo vicioso: el individuo se desconecta de las interacciones reales y encuentra en las narrativas ficticias un sustituto menos demandante.
La soledad no significa estar físicamente solo. En realidad, es una experiencia subjetiva de desconexión emocional ante la carencia de vínculos. Un consumo excesivo de series en streaming puede tanto aliviar como exacerbar estos sentimientos. A corto plazo, sumergirse en una serie proporciona compañía, distracción y estimulación emocional. Las narrativas bien construidas ofrecen significado, propósito y resolución, elementos que pueden escasear en la vida del espectador. Sin embargo, al terminar un episodio, una temporada o una serie, muchos usuarios experimentan un vacío, una sensación de pérdida similar al duelo que refleja cómo de profunda ha sido la relación que han desarrollado con ese mundo narrativo.
Es un círculo vicioso. La soledad impulsa el consumo de series como mecanismo para hacer frente a esa situación; el consumo refuerza el aislamiento; el aislamiento profundiza la soledad; y esta soledad motiva mayor consumo. Este círculo vicioso puede erosionar las habilidades sociales, aumentar la ansiedad y reforzar creencias negativas sobre uno mismo y su capacidad de establecer conexiones auténticas.
Además, el streaming alimenta una «soledad activa», es decir, un estado en el que el individuo se mantiene ocupado con contenidos digitales, evitando el encuentro con el silencio, la introspección y la experiencia de su soledad. Esta evasión impide el procesamiento emocional necesario para reconocer necesidades afectivas insatisfechas y tomar acciones para abordarlas.
Evidentemente, no todos los espectadores experimentan estos efectos con la misma intensidad. Existen factores de vulnerabilidad individual o cuestiones relacionadas con el contexto sociocultural que condicionan su impacto psicológico. Pero la amenaza está ahí. Las plataformas han democratizado el acceso a contenidos y multiplicado la oferta de entretenimiento. Pero su uso requiere conciencia y autorregulación. Las fórmulas para lograrlo son variadas: establecer límites temporales, equilibrar el consumo individual con experiencias compartidas, utilizar el contenido como punto de partida para conversaciones o construir una selección de actividades de entretenimiento en las que exista contacto social.
Dicen los expertos que la gratificación instantánea y la evasión se han convertido en el opio del consumidor digital. Nuestra salud mental necesita que encontremos patrones que nos conecten, actividades que nos eduquen en habilidades relacionales y recursos que nos den herramientas para combatir el vacío, en lugar de enmascararlo.
En la esfera individual también urge desarrollar una relación más consciente con estas tecnologías, reconociendo tanto su potencial enriquecedor como sus riesgos. Demonizar el streaming no es solución.
La clave está en recuperar la intencionalidad en nuestro consumo cultural y en priorizar la construcción de vínculos sociales auténticos. Ninguna historia que veamos en pantalla puede sustituir a la interacción humana.
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