Opinión | Pensar, compartir...
Una ciudad para sentirse extranjera

Flechas en lengua extranjera / A.F.P
En la costa d’en Brossa hay un conjunto de señales parecidas a esas flechas tan simpáticas clavadas en un poste vertical que te indican, desde los lugares más inverosímiles, a cuántos quilómetros y en qué dirección se encuentran ciudades de todo el mundo.
El más famoso está en la isla Galíndez de la Antártida, en la base de investigación Vernadsky, que incorpora una veleta en la parte superior. En el fin del mundo apetece orientarse.
La cuestión es que esas flechas de la calle Brossa contenían palabras breves impronunciables: yummi, leems, nüsse, lakritze…., que eran un misterio para mí. No entendía ni una de ellas. Así que consulté a mi amigo Biel Pomar, que debe conocer mil y un postes de señales y está acostumbrado a embarcarse en investigaciones oceanográficas allende los mares. También le pregunté a él porque vive al lado y, cuando no, podría consultar con alguno de los comercios locales que milagrosamente aún quedan por allí como la juguetería La Industrial o la Pajarita, que quizás sabrían algo.
Tras mi llamada Biel bajó raudo y desentrañó el misterio en dos patadas. Eran términos, probablemente en alemán, de nombres relacionados con dulces y golosinas y se trataba de un gancho publicitario de la tienda de al lado, que se dedicaba a vender coloridos productos azucarados.
Así que aquel poste lleno de flechas en un lugar de lo más céntrico no contenía mensajes cifrados ni enigmas escondidos, solo era un síntoma más de que alguien se está apropiando de nuestra ciudad y cada vez nos sentimos más ajenos a ella.
Cuando se pone un letrero como éste en una calle de Palma, está claro que su objetivo no es la clientela mallorquina, entendiendo por mallorquina a la persona que vive aquí y se comunica en los idiomas usuales, ya sea el castellano o el catalán. Caray, pensé, con lo fácil que hubiera sido incluir la palabra «chuche» (por cierto, incorporada al diccionario de la RAE en el año 2022).
Cuenta la leyenda que allá por los años 70 era obligado que los comercios rotularan en los idiomas del sitio en el que estaban implantados. Seguramente era eso, leyenda, pero qué lástima que algo tan lógico no se aplique.
Cómo ven, los comercios solo orientados a los turistas ya no se limitan a los de souvenirs, y eso puede molestar a propios y ajenos. Nosotros nos sentimos invadidos, excluidos y enfadados, y seguramente muchos de nuestros visitantes se defraudan con la pérdida de personalidad de nuestra ciudad.
Cada pocos pasos, cuando paseas por el centro de Palma, topas sobre la acera con carteles donde se lee «Take away» sobre una foto de bebida refrescante. El mensaje no es para mí, ni para usted. Muchos de esos carteles están a las puertas de las cada vez más numerosas pequeñas tiendas a las que llaman «minimarket» (otra extranjerada).
Hablando de market y de extranjeros, ahora quieren importar un Christmas Market impulsado por empresarios austríacos (con razón no le llaman Mercadet Nadalenc), con la complicidad de Afedeco y Pimeco, y llevarlo a Sa Feixina.
Eso de copiar cosas de otros lugares y exportarlas no es ni nuevo ni malo, pero a estas alturas y en la ciudad de Palma, tan agobiada por visitantes y cada vez más impersonal, resulta inquietante. Hay que ver qué obsesión hay con importar costumbres ajenas y desvirtuarlas sacándolas de contexto.
Esta nueva iniciativa, se ha llevado en secreto y sin consultar con la sociedad organizada. No sé de qué sirven las reuniones de Consell de Districte si algo así no se plantea allí. El barrio de Santa Catalina está preocupado. Sufren todo el año ruido nocturno día sí día también por la acumulación de bares y restaurantes. Solo les faltaba aguantar villancicos durante más de diez horas diarias o el zumbido de motores generadores de electricidad, si es que finalmente se instalan allí atracciones que lo requieran durante un mes y medio.
También la agrupación de artesanos lo ve con recelo. Supone competencia importante para su mercadillo en el centro y dicen que el nuevo se inaugurará un día antes con lo que se llevará el protagonismo.
Quizás lo mejor hubiera sido mejorar mucho el Mercat de Nadal de siempre, que falta le hace, y no introducir tensiones innecesarias. Tampoco olvidarse del vecindario de Santa Catalina ni del centro, evitando especialmente música, humos y motores.
«Llenaremos de vida el parque de Sa Feixina», argumentan los promotores. En realidad lo ocuparán. Un parque con vida es aquel al que se va a jugar, a leer, a charlar o a pasear, no a beber vino caliente ni a comer bratwurst. Tampoco si lo blanquean añadiendo a la oferta herbes dolces y variats.
Demasiadas cosas hacen que me sienta extranjera en mi ciudad.
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