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Opinión

Tierras raras

Björn Andrésen, en Palma, en el Atlántida Film Fest de 2021

Björn Andrésen, en Palma, en el Atlántida Film Fest de 2021 / Quim Casas. Barcelona

Todos sabemos mucho ahora de las tierras raras. Hay tierras raras en Ucrania, hay tierras raras en China, hay tierras raras en Canadá, hay tierras raras en no sé cuántos países de África. Y deben de ser muy importantes esas tierras raras porque junto con ellas aparecen las amenazas, los chantajes e incluso las guerras, o su posibilidad. Nada sabíamos de tierras raras hace un par de años. Ya su definición –raras– es un poco rara, abstracta habríamos dicho tiempo atrás. Pero verla pronunciada en los labios de los que dominan el mundo y quieren seguir haciéndolo, nos hace sospechar que lo peor que podría pasarnos es que se descubrieran las malditas tierras raras en casa. Sería el acabóse. De momento tenemos que aguantar que hablen de tierras raras los que nada sabían de ellas (como muchos de nosotros, que seguimos sin saber). Es curioso lo fácil que es, desde el encierro pandémico, que todo el mundo hable de lo mismo. Y haga, también, lo mismo. Sin emplear la violencia para lograrlo, además. Hemos cambiado y actuamos como si no. Otro acabóse.

Cuando la belleza irrumpe en el mundo del arte –o sea, en la vida de los artistas– se convierte en un revulsivo que les obliga a repensar desde la concepción de su arte hasta su propia vida, cuando la contemplan alejada del mismo más de lo que creían o les gustaría. Es lo que le ocurre al músico Gustav Von Aschenbach, machacado por dos muertes –la de su mujer y la de su hija– cuando se le cruza el joven Tadzio por las calles de Venecia. Aunque muchos habríamos dado lo que fuera por conocer a la madre del muchacho cuando aún no era su madre –me refiero a la tan sensual Silvana Mangano en Arroz amargo–, la bellísima madurez de la actriz en la película de Visconti cierra y completa el círculo: también nos enamoramos de ella –fría y distante– en El Lido.

Esta semana ha muerto Björn Andrésen, el actor que dio vida a Tadzio y acabó enfermo –según contó– por los acosos, insinuaciones y cercos que tuvo que aguantar durante el rodaje y los años siguientes. Todos se lo querían llevar a la cama. O como mínimo lucirlo por Roma la notte, con sentimiento de propiedad. Quien ha muerto ahora, a los 70 años, nada tenía que ver con aquel joven. Parecía un avejentado hippy californiano con la mente extraviada de un homeless con síndrome de Diógenes. Ninguno de los que le rondaron entonces habría dado un euro por tratarlo ahora. Esto debió darle la libertad, pero el precio que pagó por la belleza fue demasiado alto. Quería ser músico y una película sobre un músico –Aschenbach, que en la novela de Thomas Mann es un escritor y en la adaptación de Visconti un trasunto de Mähler– acabó con el futuro que hubiera tenido, de no encarnarse la perfección de la belleza en sí mismo. Lo dicho: el precio que siempre se paga por ella. Cuervos y buitres la sobrevuelan hasta que se marchita.

Este año, los rosarios de Tots Sants no llevan calabazate. Este año, la mayoría de rosarios llevan una enorme moneda dorada. La patena blanca y azucarada de toda la vida ha desaparecido y Wall Street ha asaltado los rosarios como si estos días se celebraran en una caja bancaria. Si pensáramos bien llegaríamos a la conclusión de que al añadir la moneda al rosario se han pasado a un paganismo menos materialista que el bancario y que lo han hecho para pagar con ella a Caronte el barquero en el día de Difuntos. Pero toda pérdida nos obliga a pensar mal. A ver si el año que viene regresan las patenas como Dios manda.

Analogías de la Historia y la Geografía. El barranco del Lobo/ El barranco del Poyo. Fonéticamente apenas cambia nada; históricamente tampoco: ambos barrancos representan la muerte de cientos de españoles: son un símbolo de la tragedia. Asesinados a manos de las cábilas rifeñas en el Barranco del Lobo; ahogados por la furia desencadenada de la naturaleza en el Barranco del Poyo. Pero luego está la mano del hombre y en ambos barrancos esa mano aumenta la desgracia. La descoordinación militar en Marruecos. La ausencia de quienes deberían haber estado –Generalitat y gobierno central– en Valencia. Esa ausencia es incompetencia y la enfermedad de nuestra época: la falta absoluta de responsabilidad, eso que debería adquirirse con la madurez. Sa culpa és molt lletja, ningú la vol, decimos en Mallorca. Todo lo demás es muerte. Y el resto eso que llaman ahora relato. Unos no tienen ni idea de escribirlo. Y los otros son maestrillos en el asunto. Pero los fantasmas del Barranco del Poyo aparecerán en la noche como aparecieron los del Barranco del Lobo en su día. Estos contribuyeron a la caída de la monarquía de Alfonso XIII: los fantasmas tienen más memoria que los humanos. Los del Barranco del Poyo protegen la monarquía de Felipe VI porque saben quienes estuvieron a su lado desde el primer momento y quienes siguen estándolo. Pero Mazón ya es una víctima de esos fantasmas: lo lleva escrito en la cara. En cuanto a los maestrillos del Gobierno Central están lejos y no paran de escribir otro relato, el mismo. Les pagan por ello.

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