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Opinión | Editorial

La fórmula Mateo Valero más allá de la supercomputación

El acto de investidura de Mateo Valero como doctor honoris causa por la UIB

El acto de investidura de Mateo Valero como doctor honoris causa por la UIB / UIB

La investidura de Mateo Valero como ‘honoris causa’ por la Universitat de les Illes Balears y el funeral de Estado por el 29-O en la Comunidad Valenciana invitan esta semana a una reflexión sobre el liderazgo y su impacto en el éxito o fracaso ante los desafíos. El ingeniero y catedrático, figura mundial en arquitectura de ordenadores y supercomputación, dirige el Barcelona Supercomputing Center, centro de referencia europeo, reconocido como uno de los tres mejores del planeta. Llegar a esta cumbre que aúna ciencia y rapidez de procesamiento exigió visión, colaboración y equipos solventes. Hace más de veinte años que Valero se percató de que la universidad no era sostenible, de que el Estado no podría proporcionarle todos los recursos requeridos para la investigación en nuestro tiempo y, en lugar de sumarse al coro de plañideras, creó una estructura que conectó el campus con las empresas y lo más increíble, logró que el Gobierno de España y la Generalitat catalana se involucraran y cooperaran, incluso en los convulsos años del procés. Balears tendrá operativo en junio su propio supercomputador, todavía en fase de instalación, que permitirá realizar cálculos de alto rendimiento a los investigadores de las islas. “Lo fácil es comprar un computador, lo difícil es utilizarlo correctamente”, advierte Valero a los responsables del proyecto en la entrevista que mantuvo con la periodista de este diario, Mar Ferragut. No se trata de gastar mucho dinero, sino de conformar grupos potentes empezando por la base: enseñar a los alumnos como potenciales usuarios. Conviene tomar nota. No será el único reto. Estos artefactos que buscan soluciones del futuro, son grandes consumidoras de recursos, especialmente agua y energía, asuntos muy sensibles en el territorio insular.

Pese al reconocimiento de que ese espíritu de visión, equipos solventes y colaboración generosa promovido por Mateo Valero ha resultado clave para competir en la Champions de la supercomputación, la fórmula se sigue resintiendo en demasiados ámbitos y situaciones, algunas tan inexplicables como la gestión de catástrofes, cuando se espera una entrega absoluta por parte de todos los recursos disponibles. Hemos visto el dolor de los valencianos en el funeral de Estado del 29-0. Llamaron “asesino” a su todavía presidente Carlos Mazón por las 237 víctimas mortales, y exigieron su dimisión por no estar ese día, por no avisar, por mentir después, por incapacidad manifiesta y falta de empatía. A esa rabia colectiva, se suma el padecimiento de los miles de damnificados por la desconexión hostil entre las administraciones, incapaces siquiera de abrir puntos de información conjunta para una eficiente reconstrucción. Haberlo perdido todo para caer en la burocracia dispersa y en la estéril guerra partidista del ‘y tú qué’. Hace más de un mes que los ibicencos también sufrieron una inundación extrema. Aún siguen a la espera de la prometida declaración de zona catastrófica por parte del Gobierno Sánchez, una declaración que a la isla de la Palma llegó a los diez días de la primera erupción del volcán y a Valencia, a la semana de la riada. De momento, sólo el Govern Prohens ha anunciado una partida de cinco millones de euros para compensar los daños producidos por el agua, que recupera el terreno arrebatado por el cemento, al tiempo que mantiene su intención de modificar el Plan de Gestión de Zonas Inundables para permitir edificaciones en estos ámbitos. Necesitamos más visión, más colaboración, más espíritus Valero.

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