Opinión | Tribuna
La divina providencia
El pasado domingo 26 de octubre estuve viendo en YouTube una entrevista de The Economist a Steve Bannon, el gurú del movimiento MAGA, un ejercicio de mindfulness entre dos tazas de café; un revival del mejor Carlos Jesús descendido de Raticulín.
Bannon ratificó que Trump volverá a presentarse a un tercer mandato en 2028 y que el plan está diseñado a pesar de contravenir la Vigesimosegunda Enmienda de la Constitución americana. El argumentario rememora el fervor religioso de las cruzadas ideadas para el reforzamiento de la autoridad del papado y los intereses mercantiles de las ciudades italianas: «Tenemos que acabar lo que hemos empezado y Trump es el vehículo de la divina providencia, es muy imperfecto, no es particularmente religioso, pero es un instrumento de la voluntad divina».
Los periodistas mantenían la compostura e intentaron enfrentarle a la incoherencia de subvertir el orden constitucional americano incidiendo en el espíritu dictatorial de la medida, pero Bannon lleva diez años defendiendo la tesis y responde de memoria: «Trump no es un dictador sino un negociador». Vaticinó que ganará las elecciones porque «es la voluntad del pueblo americano que encarna la constitución». La equiparación de una constitución laica con la voluntad divina es novedosa y plantea quién puede dejarse seducir por esa dialéctica a caballo entre lo espiritual y lo grotesco. Cerró como empezó, con la «voluntad divina para acabar el trabajo». La misma frase con la que Netanyahu justifica el genocidio y la anexión de Gaza y Cisjordania. Porque dios, el que sea, es un comodín con el que todos los pueblos y razas han justificado lo injustificable desde el origen de los tiempos.
En un ejercicio de contención el periodista calificó la medida de «movimiento populista internacionalista» y Bannon le corrigió: no es «internacionalismo», al que tildó de término «refinado», sino «globalismo», «porque el movimiento MAGA no es aislacionista ni intervencionista»; sostuvo que EEUU «no había intervenido en Oriente Medio porque ellos no quieren guerras» (aunque no se han perdido ni una en los últimos 25 años), y confesó que «el Brexit se gestó en su casa con Nigel Farage». Luego cambió de continente ensalzando a Alternativa por Alemania, Salvini, Orban y Le Pen, entre otros, «porque están viviendo una guerra común» y deslizó que Farage iba a ser el próximo presidente del Reino Unido (Dios les ayude). Afirmó que la internacional europea ultraderechista es el proyecto que también «dominará Europa» en base a la premisa de la sagrada soberanía. Puso énfasis en que a raíz de las políticas americanas los europeos «comenzarán a deportar inmigrantes, lo que antes no defendían, porque estamos en la Era de Trump» (Y es verdad). Y enganchó con que lo anterior justifica que Trump se presente en 2028. Un silogismo a la altura de sus seguidores.
Bannon y Trump defienden un cristianismo evangélico con la única intención de ampliar el espectro de sus votantes, pero ignoran que no existe ningún dios que refrende a un delincuente convicto; a quien transigió extrajudicialmente pagando a una periodista 83 millones de dólares para no resultar condenado por abusos sexuales; a quien lleva décadas engañando a su mujer; a un racista; a quien desprecia las leyes y utiliza el poder para perseguir sin causa a sus «enemigos políticos»; a quien alentó un golpe de estado; retira la ayuda a los niños de África; ve los restos de Gaza como un proyecto inmobiliario; retira las ayudas sociales a los más pobres de su país y rescindirá en noviembre el Programa de Asistencia Nutricional Alimentaria (SNAP) por el que 47 millones de estadounidenses se garantizan dos comidas al día; quien dejará de vacunar a su población de covid porque, como el paracetamol, produce autismo, y resto de causas caritativas. Como tampoco existe dios que transija con que el presidente de EEUU haya aumentado su patrimonio en tres mil millones de dólares en nueve meses, porque cualquier doctrina hace causa del interés general frente al particular en aras del bien común.
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