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Opinión | Al azar

Puigdemont ahoga pero no aprieta

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont / Glòria Sánchez / Europa Press

Puigdemont siempre deja las revoluciones a medias. El gran procrastinador pretende transformar un referéndum victorioso en unas elecciones autonómicas, y su primer impulso tras declarar la independencia de su país consiste en abandonarlo. Cataluña no es más independiente hoy que en 2017, de ahí que el pacto de Junts con el PSOE siga siendo más llamativo que su ruptura inevitable, aunque el divorcio se presenta tan pacífico que parecía pactado. La filípica del traicionado encogió a regañina, el memorial de agravios se compensó desmenuzando los aciertos de la alianza. El expresident declamó sobrio y mensurado, como si temiera que la otra parte se le adelantara en la fractura. Puigdemont ahoga pero no aprieta.

Transformar en delincuente a Puigdemont es un fracaso del Estado de Derecho. La muy presunta ruptura con el PSOE la resuelve un asesor matrimonial con un sermón de diez minutos, al capellán interpretado por Agustín González en La escopeta nacional le bastaría con su categórico «lo que yo he unido en la tierra, no lo separa ni Dios en el cielo». El damnificado de Waterloo enlazó obviedades sobre el absentismo de su pareja, el desigual reparto de las tareas del hogar y el descuido de la prole, aquí sintetizada en que no hay PSOE «más allá de su proverbial capacidad para ocupar el poder». Y encima bebe.

Si Puigdemont viviera en España, según pretende, se amortizaría y amortiguaría el eco de sus palabras. De hecho, Aliança Catalana aventaja en crueldad al PSOE, porque desafía a Junts apelando a los bajos instintos de un partido que con Jordi Pujol cubrió el espectro entero, desde Franco hasta Felipe y algo más. El expresident no es un mal tribuno, y Feijóo podría aprender de su oratoria, pero la última pataleta del independentista a ratos se limita a un cauto «nos hemos dado un tiempo». En salud de todos, hasta que se corrija la acentuada costumbre española de confundir con un revolucionario a una persona que solo reclama una pizca de cariño.

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