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Los ciclos en la Moncloa duran siete años
Santos Cerdán sirve simplemente como confirmación de que Pedro Sánchez ha cumplido el septenio histórico de permanencia en el cargo
Santos Cerdán no solo ha ejecutado la misión histórica de demostrar el bipartidismo de la corrupción. Al liquidar de facto la presidencia de Pedro Sánchez, que es una de las escasas personas que todavía no ha racionalizado que su tiempo se ha agotado, el secretario de organización criminal presunta también verifica la ley de subsistencia temporal al frente del Gobierno. Los ciclos en La Moncloa duran siete años, se acaba de confirmar el cumplimiento del septenio insoslayable del último titular del palacio, donde tuvo como invitado al juez Peinado.
Sánchez comienza su andadura presidencial el dos de junio de 2018. En efecto, siete años después de esta irrupción estelar, y con una sincronización de reloj atómico, se produce el mayor estallido del ‘caso Koldo’. De repente, el líder socialista se ha roto el carisma y casi la crisma, buena parte de políticos y civiles prefieren no tomarse ahora una foto demasiado cerca del inquilino de La Moncloa. Sus cuatro predecesores vivos podrían asesorarle sobre las técnicas para sobrellevar el trauma.
Sánchez aspira a sobrevivir con respiración asistida hasta 2027, y en la cumbre de la OTAN bromeó con mantenerse en la presidencia en 2029, pero ni siquiera esta longevidad borrará el mazazo definitivo de la crisis irreparable del septenio. Precisamente ha superado este año la marca de su antecesor Mariano Rajoy, al que decapitó cuando le faltaba medio año para coronar los siete de rigor, de 2011 a 2018 en números redondos en el caso del último presidente del PP.
No importan las vicisitudes intermedias, que por tradición son soslayadas por los presidentes del Gobierno sin cicatrices excesivas. Desfallecen a los siete años aunque el interfecto se quede más tiempo en la Moncloa, según ocurrió con González y también pretende Sánchez. Son curiosas las conexiones pitagóricas de la cifra en cuestión, pero todavía es más relevante que coincida con «la comezón de los siete años» que tumba a buena parte de las parejas sentimentales, en especial con matrimonio de por medio.
El matrimonio que se hunde a los siete años, a menudo sin que haya mediado una erupción previa, se asemeja a la ruptura del idilio entre los presidentes del Gobierno y sus patrocinados que le habían prometido amor eterno. Es una tradición ancestral, cuando se revisa su constancia desde Adolfo Suárez. Si se admite la única legislatura compartida hasta la fecha por dos presidentes, con Leopoldo Calvo Sotelo de sustituto del titular indiscutible, también el fundador de la democracia supera ampliamente los seis años de 1976 a 1982. Con siete exactos entre la muerte de Franco en noviembre de 1975 y el primer presidente postconstitucional y socialista, el Felipe González inaugurado en diciembre de 1982.
Es urgente abordar la presunta excepción felipista, que parece violar los ciclos de siete años al frente del ejecutivo. Es evidente que González estuvo a punto de doblar ese lapso, de finales de 1982 a mayo de 1996. Sin embargo, el espectador sin memoria no debe dejarse deslumbrar por el fulgor de la supernova socialista, la constatación de una extinción. Los años noventa fueron un calvario para el PSOE, con una sucesión de escándalos que incluyen asesinatos, secuestros y toda la gama de robos. De hecho, el presidente invencible pudo pelear su continuidad ante Aznar, pero hasta el abandono de la Moncloa era preferible a la tortura. Fueron siete años en plenitud, los restantes no figuran en las hagiografías.
Es a los siete años cuando se quiebra el mayor idilio jamás registrado entre un presidente del Gobierno y sus ciudadanos. Surge entonces la frase atribuida a González, «estoy hasta los cojones de los españoles». De nuevo, la decepción del septenato. Un lector exigente detectará que Aznar también se salta el guion de los ciclos en la Moncloa, donde sobrevive de 1996 a 2004. Un momento, ¿en qué momento se quiebra el influjo de la primera mayoría absoluta del PP en toda su historia? Aquí surge inevitable la palabra ‘Prestige’, y aunque el accidente del petrolero se registra en 2002, la llegada de su carga insidiosa a la costa gallega tiene lugar en 2003. Cuesta escapar a la doctrina de los siete años.
No todos los septenios duran lo mismo, peso la exigencia temporal se perfecciona con la consolidación democrática. Zapatero presumía de haber colocado a España en la Champions, sin advertir que de 2004 a 2011 van siete años. De ahí un descalabro de raíz financiera que, como todos los anteriores y posteriores incluido el presente, implicó la retirada de la política activa del inquilino de la Moncloa. Nadie sobrevive a la ley inexorable de la presidencia del Gobierno.
La duración no es el único baremo disponible. Por ejemplo, Sánchez ha liderado tres Gobiernos, al igual que Suárez y a uno de distancia de González. Nada le gustaría tanto como igualar los catorce años, por ficticios que fueran, del primer presidente socialista reconvertido hoy en su peor enemigo. Es otra batalla contra el tiempo que ha perdido, porque cuando se proyecte hacia atrás su final para localizar el inicio de su desgracia, se comprobará que cayó en junio de 2025. Ajeno a su entierro, persigue igualar al menos la marca de Zapatero, a orillas de febrero. No está en su mano.
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