Opinión
Gallinas y coherencia

Gallinas y coherencia / Ingimage
Por la prensa nos enteramos de que una asociación animalista ha denunciado a la «macrogranja» (sic) avícola de Ca’n Ballester por presunto maltrato animal. Como prueba irrefutable de dicha falta, enseñan la fotografía de una rata. Desde el Cabo de Gata hasta Finisterre aún no se han recuperado del ataque de incredulidad: pretender que en una explotación ganadera, avícola e incluso piscícola no se paseen ratas es como hacernos creer que todos somos iguales ante Hacienda.
No contentos con no dejar de mostrar su ignorancia -cuando ésta quiere decir «no conocer»- con el reino animal, lanzan otro gran reproche: «hay telarañas». La estupefacción es grande, y desde el Cap de Roses a las Marismas del Guadalquivir no salen de su asombro: en Mallorca desconocen que las arañas se comen a los mosquitos. Siempre incómodos para la vida de las gallinas. Según los investigadores del Área de Biodiversidad y Conservación de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) Samuel Prieto-Benítez y Marcos Méndez, la abundancia y el número de especies de arañas están disminuyendo en su población a causa de algunos usos humanos del terreno. Por ello no es nada atrevido asegurar que el desconocimiento del campo del que hacen gala los denunciantes es soberbio. Es tener una concepción del mundo peligrosamente egocentrista: «si me molestan las arañas, las denunciaré». Cuando los arácnidos son , juntamente con las abejas, uno de los pilares del frágil equilibrio animal del Mediterráneo.
Pero la parte acusadora va más allá, y proclama: «se encuentran gallinas muertas». Por supuesto: en toda explotación ganadera, de manera periódica y recurrente, hay decesos. Sería un triunfo que todas las ponedoras del mundo vivieran los dos años de rigor. Que todas las camadas de terneras sobrevivieran, así como las de cochinillos. Ello nos llevaría a un problema técnico: la sobreproducción. Sin negar que puedan existir deficiencias operativas -en la Administración también las hay, y no cerramos las «conselleries» o procesamos a sus Directores Generales, aunque visto lo visto, todo se andará- es realmente sorprendente que se dé pábulo a según qué actores.
En una ciudad se dan casos de cadáveres emparedados. Muchos más de los que el lector cree. O de mujeres fenecidas e ignoradas durante meses, pues su aire acondicionado eliminó cualquier tipo de hedor. Como accidentes de tráfico con resultado de muerte se dan a diario en las carreteras europeas. Y no por ello salen asociaciones en defensa de los derechos humanos, pidiendo el cese de las ventas de turismos, sedanes y coches de lujo. O la supervisión de las señoras solas.
Seamos sinceros: lo que se demuestra con el «caso Ca’n Ballester» es una profunda aversión al medio agrícola por parte de unos urbanitas que, como norma general, ni residen ni viven de él. Acompañados de un cargo público que un día cantó La Internacional ... y al poco ha acabado vistiendo camisas blancas a rayas azules. A buen entendedor, pocas palabras. Todo, para salvar su generoso sueldo. Por ello, y él sabrá por qué razones, perseguirá una de las pocas explotaciones agrícolas rentables de Mallorca. Al mismo tiempo que acatará la legalización del campo de polo de Sa Barralina. Ejemplar.
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