Opinión
¿Voyeur o sicario?

Tokio, 2009. Harajuku Street, calle comercial especialmente dedicada a ropa y accesorios para el mundo de las ‘dolls. / @PEDRO COLL
Esta imagen está en la línea de un Robert Doisneau, tiene aroma de años 50, pero es de finales del 2009. En el bullicio de aquella calle divisé a esas tres adolescentes que, supuse, al salir del cole habían ido allí de compras para transformarse en unas más de los cientos o miles de las llamativas harajuku girls que se exhiben en zonas céntricas de la ciudad. Al verlas venir me activé de manera intuitiva y programé los pasos a dar. Sostenida solo con la mano derecha, mantuve la cámara a la altura de mi rodilla para no despertar sospechas, esperando a que la distancia entre ellas y yo fuera la adecuada, y cuando así ocurrió, con velocidad la llevé a mi cara, encuadré, confirmé el punto de foco con el autoenfoque y disparé dos o tres veces.
Aquí, los pasos del proceso narrativo fotográfico prácticamente coinciden en el mismo tiempo del cronómetro: descubres el ‘tema’ y te asalta la ‘idea’, te preparas, pasan unos segundos y la ‘visualización’ (encuadre) y la ‘realización’ (ejecución) son prácticamente simultáneas. No suele haber segundas oportunidades. No sé si con ironía o convencimiento, un amigo me dijo una vez que este tipo de acto fotográfico callejero le recuerda a las ejecuciones de los sicarios… Pero en realidad se trata de una ágil praxis profesional favorecida por la irrupción en el mercado, después de la Primera Guerra Mundial, de la pequeña y manejable Leica I, iniciándose una nueva era para la fotografía narrativa.
¿Qué derechos tengo sobre esta imagen, de la que sin duda soy propietario intelectual, sabiendo que, aún así, carezco de autorización otorgada por las personas retratadas? De momento, el derecho a disfrutarla y a mostrarla sin fines comerciales, sólo con intención artística o intelectual, jamás lucrativa. Pero hay juristas que comienzan a plantear que ni para esos usos debería ser utilizable. Y eso pondría en jaque una necesaria vía de expresión, comunicación y documentación.
La mayor parte de los fondos fotográficos de autores históricos, he citado a Robert Doisneau, presentan personajes de calle cazados al vuelo, sin autorizaciones de ningún tipo. Era otra época, las leyes eran mucho menos protectoras. Ahora las normas son cada vez más restrictivas. Así se protege la intimidad de la persona, su control sobre su propia imagen. He de reconocer que las veces que he sido encuadrado por fotógrafos desconocidos no me he sentido nada cómodo, ¡que diferente es estar delante a estar detrás de la cámara! Me he pasado la vida visualizando gente, con o sin autorización, porque el ser humano es el eje de mi interés narrativo. Así que asumo y defiendo esa contradicción llevada con honestidad. Reconozco que, desde la perspectiva del fotografiado por sorpresa, esta exigencia es lógica y justa. Pero, a la vez, es un palo en la rueda de esos narradores de raza que progresivamente, desde 1826 (Point de vue du Gras, primera fotografía de la historia, Joseph-Nicéphore Niépce, Borgoña, Francia), han contribuido a generar un ingente cuerpo de imágenes que da fe visual de la historia del ser humano durante estos últimos 200 años.
El totum revolutum ocasionado por la aparición de Internet, de las redes, del mundo digital, ha producido el efecto de un temblor de 9 grados Richter dentro de un sistema que llevaba casi dos centurias funcionando con su progresión lógica y humana. Como prueba de ello un botón: la calle se ha convertido en tema de experimentación trascendente para infinidad de abducidos por la moda del street photgraphy, esa ‘nueva’ especialidad… curiosamente tan antigua como la misma fotografía.
Las modas invasivas acaban banalizándolo todo. Hace ya bastantes años, en un precioso artículo, publicado en el Dominical de El País, titulado La ciudad sin límites, ilustrado con una imagen mía, aérea, del Juan Sebastián Elcano navegando a todo trapo mientras se aproximaba al puerto de Acapulco, Basilio Baltasar aventuró que los inmensos Boeing 747, facilitando el turismo de masas, y la fotografía en color, elaborada con rigor divulgativo por prestigiosas publicaciones como National Geographic, Geo, Smithsonian, etc., de manera no intencionada podían estar llevándonos al final del misterio y la magia de lo lejano, de lo desconocido, de lo sospechado y por confirmar. Tanto tiempo después, esta premonición de Basilio se ha hecho realidad. Hoy ya todo se sabe, todo se ha visto, todo está al alcance de la mano. Y una banalidad imbécil trufada de lugares comunes va nublando la mente de mucho personal que vota y, también, que no vota. Y eso, a mí, me inquieta.
Aunque, sí, reconozco que fue bello mientras duró.
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