Construir para destruir es tan viril

El tertuliano, porque es él, agarra el micrófono del programa para sentenciar a gritos que «podemos discutir lo que queramos sobre ecología, pero lo importante es construir más viviendas». Por ejemplo, en las islas y zonas saturadas donde sencillamente sobra gente. A continuación se debate el rearme de Europa y el mismo charlatán, porque es él, vuelve a bramar que «podemos enredar lo que queramos con el pacifismo, pero lo importante ahora es aumentar el presupuesto en armamento». Es un discurso tan frecuente, que será imposible identificar a uno de los pontífices en concreto que comparten estas gallardas doctrinas.

Baleares permitirá construir viviendas en suelo rústico sin necesidad de haber agotado el urbanizable

En una aproximación simplista y trasnochada, las casas se construyen para que viva gente dentro, y los blindados para matarlas aprovechando la concentración domiciliaria. Sobran ejemplos de esta práctica exterminadora en los 56 conflictos bélicos que pueblan el planeta ahora mismo, el mayor número desde la Segunda Guerra Mundial. El milagro dialéctico de alentar simultáneamente las industrias de construcción y destrucción, que si fuera en contra de sus intereses se llamaría desinformación, consiste en que la aniquilación del territorio con grúas y con bombas se haya convertido en la actividad más deseada. Es importante que la tarea de liquidación sea sostenible en el número de muertos, para que la cadencia no despierte a la amodorrada opinión pública.

Construir para destruir es tan viril. Qué tiempos en que un Josep Borrell, ministro de Obras Pública, denunciaba como sistemáticos los sobornos pagados por constructores. Ahora predica la compra de armas para destruir esos frutos de la corrupción. Finkielkraut lo llama «la rehabilitación del miedo», el único sentimiento autorizado, la medida de todas las cosas que se esconde detrás de las cancelaciones y demás ejercicios de hechicería. Los occidentales en curso se han pasado la vida adelgazando, aprendiendo inglés y asustándose. No discuten si habrá una guerra, sino cuándo empezará. Todo ello con Tom Cruise a punto de jubilarse sin un sustituto solvente.

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