Opinión | Desde el siglo XX

Carot teme al voto en blanco, la Universidad teme al rector

En la UIB no suelen acertar en la elección de sus rectores: el que llega empeora al anterior, hay que remontarse a la prehistoria para hallar a alguien adornado de cierta sensatez

El rector de la UIB, Jaume Carot

El rector de la UIB, Jaume Carot / Nair Cuéllar

Hete aquí que Carot, rector de la Universidad (UIB), que ha hecho lo que púdicamente mejor no describir para evitar tener competencia electoral, se nos descuelga con que le atemoriza que el voto en blanco se imponga en la elección que lo ha de perpetuar en el cargo más allá de la edad en que debería jubilarse. Carot afirma que «me da miedo quer la candidatura única sea una llamada a la abstención», que se imponga masivamente el voto en blanco, pues «daría mala imagen de la UIB en un momento de impulso de las privadas», remata destacando «que solo se presente una persona no es algo infrecuente». Para empezar, rector Carot, airear a deshoras el espantajo de las universidades privadas para frenar el voto en blanco, que es genuino voto de protesta a su gestión, denota que empieza a verle las orejas al lobo, que se percata de que la desafección hacia lo que representa, a su forma de actuar, a los modos y maneras que ha implantado en la Universidad, son más masivos de lo que había previsto. Carot es un rector que infunde miedo (destacada vocación de estalinista de medio pelo), temor a las represalias que, se murmura, visitan a quienes tienen la osadía de oponérsele. La mamarrachada del contricante que se presenta para acto seguido retirar la candidatura y ser masajeado con un cargo en la estructura administrativa de la UIB es la constatación, por si falta hiciera, de que en el mundo universitario del rector, se premia a los afines, se castiga a los desafectos, se tiende a ignorar a los indefinidos, a quienes optan, visto cómo se las gasta nuestro hombre en la UIB, por no inmiscuirse en los tejemanejes que se urden en los despachos de la Rectoría. El temor que embarga a Carot se debe no a la mala imagen, no a que se pueda primar a presuntas universidades privadas, sino a que si se impone el voto en blanco, alternativa que se agranda, se tengan que convocar nuevas elecciones, y entonces sí, en tal caso peligrará seriamente la continuidad de Carot, puesto que será factible que se estructure candidatura alternativa que le lleve a la derrota. Estudiantes, trabajadores de la Universidad y entidades diversas se han conjurado para iniciar campaña solicitando el voto en blanco. Apuestan fuerte: denominan a las elecciones «farsa contraria a la participación universitaria» acusando a Carot de haber instaurado un «clima de miedo y autoritarismo». No es poca cosa.

La elección de rector se rige por determinados estándares, trasunto de voto censitario, entre los que sobresale la preponderancia que adquiere el voto del profesorado, con peso superior al de los estudiantes o el de los trabajadores, con lo que Carot conoce hacia dónde dirigir presiones, establecer promesas, anticipar velados castigos. El voto sigue siendo secreto, no lo olvide el rector, y si es verdad que la desafección está alcanzando las cotas que se manejan su continuidad se ve amenazada. Una victoria clara del voto en blanco, la consiguiente convocatoria de nuevas elecciones, situaría a Carot en posición tan desairada que entraría en zona pantanosa. Es natural que tema al voto en blanco, a que su forzada candidatura única pueda naufragar; se ha ganado a pulso que en la UIB se le tenga miedo.

Acotación descriptiva.- Enfatiza el portavoz del PP en el Congreso de los Diputados, Miguel Tellado, que España está sumida en el caos. Fijémonos en las Islas Adyacentes a las Españas, acotemos la mirada a Mallorca para constatar que sí, que el caos ha hecho acto de presencia, que tiende a agudizarse: carreteras saturadas; Palma, la capital del viejo Reino, intransitable; vivienda inalcanzable; hoteleros y demás empresarios turísticos con serios problemas para contratar trabajadores cualificados por el precio inasumible de los alquileres; barra libre para el alquiler turístico y urbanizar en suelo rústico. Sí, Tellado tiene razón: vivimos en el caos.

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