Opinión | Tribuna

Mamás sin gluten, fascismo ‘healthy’

No se trata de bienestar personal, sino de un proyecto ultraconservador camuflado bajo la apariencia de dietas paleo y rutinas de yoga prenatal

Mamás sin gluten, fascismo ‘healthy’

Mamás sin gluten, fascismo ‘healthy’ / Shutterstock

Este Día de la Madre no celebramos a las mujeres que rompieron las cadenas de su opresión, sino a aquellas que las sustituyeron por una batidora de smoothies. La salud se ha convertido en un campo de batalla donde la extrema derecha ha aprendido, mejor que nadie, a manipular la alimentación, el ejercicio y el culto al cuerpo para sus propios fines. Ese es, precisamente, el espíritu que encarna el movimiento estadounidense MAHA (Make America Healthy Again), impulsado por un ejército de madres —en su mayoría blancas, residentes en barrios acomodados y de tendencias conservadoras— dispuestas a empuñar una batidora como quien blande una espada en nombre de la pureza.

No se trata de bienestar personal, sino de un proyecto ultraconservador camuflado bajo la apariencia de dietas paleo y rutinas de yoga prenatal. Las madres del movimiento MAHA creen estar protegiendo a sus familias del veneno de la modernidad —comida ultraprocesada, farmacología, cultura de masas—, pero en realidad están reescribiendo el manual tradicionalista del siglo XXI: devolver a las mujeres a la cocina, a la crianza intensiva, al cuerpo domesticado y sometido.

El truco es antiguo. Los movimientos fascistas siempre han sentido una profunda fascinación por la naturaleza y el cuerpo: fuerte, sano, fértil. La pureza biológica como reflejo de la pureza nacional. Desde la Alemania nazi, obsesionada con la eugenesia, hasta la ultraderecha actual, que promueve dietas ancestrales y masculinidades al estilo Llados, la salud ha sido instrumentalizada como coartada estética: un pretexto para impulsar proyectos políticos de exclusión, supremacía y control sobre todo aquello considerado débil, enfermo, degenerado o impropio. Figuras como Gertrud Scholtz-Klink, al frente de la élite nazi femenina, encarnaron esta obsesión por la salud y la pureza, promoviendo la maternidad como deber patriótico y vinculando la salud femenina con el fortalecimiento de la nación.

Hoy, ese viejo fetichismo reaparece barnizado de Instagram, dietas keto y comunidades homeschool. Las madres MAHA se agrupan en círculos donde la salud, la maternidad y la desconfianza hacia el Estado confluyen. Desconfían de los médicos, salvo que adopten enfoques alternativos; de los colegios, salvo que sean religiosos; y de la ciencia, salvo que venga avalada por costosos suplementos vitamínicos. En su mundo, la paranoia alimentaria se convierte en bandera, el gluten es más temido que la violencia armada y el azúcar más letal que el cambio climático.

¿Qué hay de malo en querer reducir el consumo de ultraprocesados, eliminar colorantes artificiales o cuidar la alimentación? Nada, menos cuando ese discurso se utiliza como caballo de Troya para infiltrar una agenda reaccionaria: patriarcado, desinformación, desconfianza sistemática de lo público y restauración de las jerarquías tradicionales de género, raza y clase. En este modelo, la «vocación natural» de la mujer ideal es criar hijos saludables, resistentes y preparados para el combate cultural contra los peligros de la inmigración, el activismo trans y la disidencia feminista.

La actriz Gwyneth Paltrow, con su sonrisa radiante y su dieta imposible, fue una de las primeras en convertir esta nueva religión del cuerpo sano en una ideología de élite. A través de su empresa, ha transformado el «bienestar» en un mandamiento moral: una vida sin toxinas, sin microondas, sin farmacología moderna. En España, la versión local de esta cruzada tiene nombre y rostro: la influencer Rocío Bueno, conocida como RoRo. Con su estética depurada y sus mensajes edulcorados, RoRo encarna la versión amable de las tradwives, las «esposas tradicionales» americanas.

Todo en estos movimientos sugiere que la verdadera rebelión está en aislarse, purificarse, regresar a un estado casi premoderno, donde el hogar se convierte en el epicentro del mundo y la mujer, en su guardiana fanática. Es una reacción ante un mundo que se les escapa: feminismos, diversidad, nuevos modelos familiares. El movimiento MAHA —y sus derivados— no son meras modas pasajeras. Son manifestaciones culturales de un impulso profundamente conservador, que entiende la salud no como un derecho social, sino como una línea divisoria que separa a los puros de los impuros, a los correctos de los errados.

Robert F. Kennedy Jr., secretario de Salud estadounidense, lidera este fenómeno. Su cruzada contra las vacunas y su retórica sobre la «soberanía corporal» se ha convertido en el rostro institucional de un movimiento que desafía a la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), la ciencia establecida y, en muchos casos, a los fundamentos de la democracia. Kennedy Jr. es un ferviente defensor de la leche cruda, sostiene que el Wi-Fi puede causar cáncer, que los antidepresivos están relacionados con los tiroteos escolares y que los productos químicos en el suministro de agua pueden inducir a los niños a volverse transgénero.

Las madres MAHA, las Paltrow, los Kennedy Jr., y demás, comparten la misma fantasía: la de un mundo demasiado sucio, demasiado complejo, demasiado mestizo, demasiado libre. Un mundo en el que solo a través de la purificación personal (alimentaria, corporal, ideológica) podremos salvarnos. La salud como refugio. El cuerpo como fortaleza. La cocina como trinchera. Pero no buscan salud, sino sumisión. Cada batido detox, cada galleta sin azúcar, cada rechazo al pediatra convencional, esconde un mensaje cruel: «Nosotros estamos limpios, tú no».

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