Opinión | La suerte de besar

¿Para quién gobiernan los que gobiernan?

Ilustración.

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Creer que ciertos temas son, per se, de derechas o de izquierdas es una involución. Comprendo que las políticas impositivas tengan un sello político, pero ¿por qué debería tenerlo el bienestar social o los derechos de las minorías? Defender que un colectivo concreto disfrute de unos derechos y cumpla con unas obligaciones es un tema de bondad y de respeto. Valores universales y no propiedad de unas siglas. Lo contrario es un reduccionismo ignorante. Molesta que la sanidad o la educación se politicen. El aprendizaje, las oportunidades de prosperar o disfrutar de la salud también deberían ser derechos para todos y no propiedad de tal o cual partido.

Afirmar que Mallorca está saturada durante varios meses, que trasladarse de un lugar a otro en coche es una tortura, que caminar por el centro de Palma y de ciertos pueblos equivale a sufrir como si estuviésemos haciendo una Spartan Race o que el transporte público no cumple con las expectativas de movilidad no es una opinión progresista o conservadora. Es una verdad como un templo. Decir que sobran coches, turistas y cruceros no es consecuencia de una ideología. Es una cuestión numérica. Que tus vecinos alquilen su piso o adosado vacacionalmente es, generalmente, un incordio para los que viven al lado y es, además, el principio del fin de muchos barrios, que pasan de ser comunidades donde vivir, habitar y generar vínculos a ser espacios de consumo y lugares de usar y tirar. Que los comercios de toda la vida sean sustituidos por souvenirs donde venden sacacorchos con formas de pene, camisetas folklóricas o delantales ilustrados con tetas es, además de una ordinariez, una manera de cargarse el patrimonio cultural. Me niego a defender que este modelo sea el resultado de unas convicciones políticas. Es un tema de modales y, si me apuran, de elegancia.

Entonces, si partimos de esta premisa, ¿para quién gobiernan los que gobiernan? Parece que para Hans, que el otro día alquiló un ‘quad’ e invadió ilegalmente un espacio natural de Felanitx. O para Klaus, que vomitó en el rellano del piso que ha alquilado por una semana, puso música house y profirió alaridos hasta las tres de la mañana. O para esa S.L. nórdica que, pasito a pasito, va comprando las calles de una barriada. O para Bobby y Margaret, que bajaron de su crucero con un picnic bajo el brazo, echaron los plásticos por la dársena y se gastaron tres euros en un monedero que compraron a un vendedor ambulante. Puede que gobiernen para esa familia que ha venido a pasar diez días a un hotel con todo incluido y que no tiene muy claro si están en Palma o en Las Palmas, pero no parece que gobiernen para ninguna de las cuatro personas que, en el último mes, me han dicho que piensan seriamente irse de la isla porque la sienten inhabitable y colapsada. O para los jóvenes que sufren la ausencia de oportunidades. O para las personas que ven cómo su calidad de vida merma diariamente y no pueden soportar pensar que sus hijos jamás saborearán lo que fue este paraíso. ¿Gobernar para estas personas, que representan a una gran mayoría, es una cuestión de derechas o de izquierdas? No. Creo que debería ser una cuestión de inteligencia y sentido común.

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