Opinión | En aquel tiempo
Querido Francisco

El Papa Francisco, en una imagen de 2024. / STEFANO SPAZIANI / EUROPA PRESS
No puedes imaginar lo descolocado que me siento desde que conocí la noticia de tu muerte, precisamente cuando parecías remontar una situación casi límite. Pero te confieso, ahora que ya ves la realidad con absoluta claridad, que al verte así, le decía al Señor que dejaras de sufrir y comenzaras y cuanto antes eso que llamamos los cristianos "la vida eterna". Y que te encontraras cara a cara con ese Dios que tú nos propusiste como Misericordia Absoluta, y para todos, todos, todos. Te prometo que estas palabras tuyas nunca se borrarán del corazón. Nos has dejado las cosas tan claras que solamente la mala voluntad las puede malinterpretar. Vaya que sí.
¿Recuerdas tu iniciático viaje a Lampedusa? Fue un signo perfecto de cómo deseabas orientar tu Pontificado: una Iglesia volcada sobre "los más vulnerables", esa palabra que has metido a fuego en nuestros análisis, en nuestras acciones y sobre todo en nuestras conciencias: no podemos creer en Dios si no optamos clamorosamente por todo aquel que necesita nuestra misericordia, y entre este grupo siempre echabas por delante tu propia persona: "Rezad por mí", esa frase llena de humildad y fraternidad con que acababas tus grandes homilías y discursos. Pues bien, mi querido padre y pastor, Lampedusa se ha mantenido hasta el final, y ahí está tu visita a los presos, como conclusión de toda una trayectoria desde la cúspide.
Me ha gustado un montón que en Vaticano, pero también en Santa Marta, puede que con menos publicidad, hayas recibido a todos y todas que se han acercado a saludarte, incluso a quienes representaban situaciones inmisericordes descaradas. Siempre preferiste la palabra al silencio. Si bien, en ocasiones, decidieras mantenerte un tanto distante de algunos países y grupos. Siempre me he preguntado por qué actuaste así, tú que hacías normalmente lo contrario. Pero llegué a la conclusión de que tenías razones que decidiste no airear. En España, lo hemos vivido en primera persona. Porque tu paternidad tan ejercida nunca olvidó tu carácter decidido, como ya demostraste en tus responsabilidades argentinas. En este sentido, no dejabas lugar a la duda ni en la torcida interpretación. Tu misericordia nunca fue simplona y descafeinada, lo que está de moda, porque nunca renunció a la claridad conceptual, como pusiste de manifiesto desde el comienzo en "Evangelii Gaudium"/ "La alegría del Evangelio". Todo un manifiesto que, después, te limitaste a realizar, y que predispuso a muchos ante tus decisiones mucho más evangélicas que calificadas de progresistas. Gracias a Dios, nunca quitaste la mano del arado, a pesar de las dificultades.
Como bien sabes, cuando te eligieron tus compañeros cardenales, te había seguido la pista desde que escuché comentarios de todo tipo en Sudamérica. Pero todos coincidían en un rasgo de personalidad: cuando se propone algo y lo tiene decidido, no hay quien lo pare. Y añadían, fuentes muy diversas, que en la realización de tus planes eras imperturbable, casi exagerado. Entonces, quedé interrogante, pero ahora, vistas las disposiciones de tu papado entiendo perfectamente el sentido de sus comentarios. Porque junto a una misericordia universal, como la que ejercías tú, siempre has mostrado ser independiente, decisorio, desde una opción eclesial de abrir puertas para que la ventolera de la realidad entrara en los viejos urdimbres eclesiales. Precisamente nos has dejado con unos resultados sinodales en las manos, sin que yo mismo tenga nada claro la suerte que vayan a encontrar. Pero Dios dirá, desde la esperanza.
Hace un rato, varios medios me han preguntado por ti. Y a todos les he respondido lo mismo: mi primera respuesta es que he perdido un padre y un Padre, porque yo a Francisco lo he querido de corazón, aunque pudiera sentirse algo tambaleante en ocasiones. Pero tengo la convicción de que nos ha querido de verdad, sobre todo como personas, que no merecían juicio alguno subjetivo por tu parte. Y cada vez me puede más y más la convicción de que la Iglesia es más y mejor desde que le has impreso "el aguijón de la misericordia", que es el único camino para que nuestra fe y esperanza se hagan creíbles. Contigo, el dogmatismo ha dejado de ser la única y absoluta prioridad para permitir que eso que llamamos "caridad fraterna" ocupe el primer lugar. Un cambio de eje fundamental de cara al futuro.
Tengo la seguridad de que ya habrás mantenido coloquios cara a cara con Jesucristo, al que has servido casi con emoción. No dejes de encomendarnos a cuantos te hemos querido, y también a los que no. Recuerda: todos, todos, todos.
Siempre tuyo. Un fuerte abrazo.
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