Opinión | Tribuna

Palma fue más grande que Barcelona durante más de ocho siglos

Barcelona c.1830 y Palma c.1830

Barcelona c.1830 y Palma c.1830 / DM

La ciudad de Palma fue, durante más de ocho siglos, una de las más grandes de Europa. Cuando pronuncié esta frase en una charla reciente pude observar entre los asistentes gestos de incredulidad y de asombro. Y sus ojos se abrieron todavía más, cejas arriba, cuando añadí: en el momento de la conquista catalano-aragonesa de Mallorca, en 1229, la ciudad de Palma triplicaba en superficie a Barcelona, y siguió siendo más extensa durante los ocho siglos siguientes, hasta bien entrado el siglo XIX. Palma, en efecto, conservó prácticamente su perímetro en los siglos que siguieron a la conquista cristiana. Barcelona, en cambio, sólo aumentó apreciablemente su población a partir de la revolución industrial iniciada en el XVIII. Pero aun así, siguió siendo más pequeña que Palma. Para incrédulos, adjunto los planos de las dos ciudades, a la misma escala, a comienzos del XIX, cuando ambas eran todavía ciudades amuralladas. Barcelona sólo fue más grande que Palma a partir del ensanche de Cerdá, cuya primera piedra colocó la reina Isabel II el día 4 de septiembre de 1860.

En el momento de la conquista de Medina Mayurqa por las tropas de Jaume I, en la noche de fin de año del 1229, Palma tenía ya 1.352 años de vida desde su fundación romana, que probablemente se remontaba al tiempo de la conquista de la isla por el general Quintus Caecilius Metellus, en el 123 a.C. Cuentan los historiadores romanos que Metellus hubo de proteger el casco de sus barcos con pieles de animales para amortiguar los disparos con honda de los mallorquines. La primera ciudad romana fue pequeña, un rectángulo amurallado de apena doscientos metros de lado, en el solar elevado sobre el mar que hoy rodea la catedral. Más de mil años después, aquella pequeña ciudad se había convertido en una de las más grandes de Europa. En la crónica real de 1230, el rey Jaume I cuenta que quedó atónito al contemplar, desde la lejanía, la enorme ciudad de Medina Mayurqa, y, asombrado también por su belleza, musitó: «La ciutat més bella mai vista». No era para menos. Una muralla de más de un kilómetro de longitud recorría el borde del mar, con el imponente castillo del valí en su punto central y, tras ella, salpicando el interior de la ciudad como las espinas de un enorme crustáceo, una multitud de minaretes apuntando al cielo. Imagino la vista de aquel monstruo terroso, con los minaretes de las mezquitas bajo la luz de las estrellas, la luna reflejándose en el mar, y el fondo sonoro de los cantos de los almuecines. El rey jamás había presenciado un espectáculo parecido. Su ciudad natal, Montpeller, tampoco podía compararse con aquella Medina Mayurqa, ni en tamaño ni en esplendor. El trazado de las calles de aquella ciudad se mantiene todavía en gran parte, y por eso el Centro Histórico de Palma es hoy uno de los más extensos de Europa, solo superado por ciudades como Estambul o Venecia.

Los días que siguieron al asedio de 1229, como pueden imaginar, fueron de enorme tensión, tanto en el interior de la ciudad como entre las tropas de la Corona de Aragón que la asediaban y que acamparon en la zona a la que darían nombre, la Real. Lo primero que hicieron fue cortar el flujo de agua que abastecía a la ciudad. El canal Ayn al Emir, que luego se llamaría de la Font de la Vila, entraba a la ciudad por la actual calle Sant Miquel. Los habitantes de Medina Mayurqa se las tuvieron que arreglar con el agua almacenada en los aujubs y durante meses no pudieron salir a cultivar los campos. Lo que siguió fue terrible para ellos, y tiempo habrá de recordarlo.

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