Opinión | Tribuna
Blancanieves con ‘smartphone’ (o el feminismo de las elegidas)
A medida que avanza en su investigación se da cuenta de algo desconcertante: Disney ha renovado el relato, pero la estructura sigue siendo la misma
Blancanieves despierta, no por un beso, sino por el zumbido de un iPhone 16. La princesa pestañea, confusa. A su alrededor, no hay bosque encantado ni enanos mineros, sino una estación de metro atestada de pantallas publicitarias que exhiben a Elsa, Vaiana y Mérida con expresiones decididas. En un cartel, un eslogan brilla en neón: «Las princesas ya no lloran, las princesas facturan». Blancanieves frunce el ceño. «Al capitalismo no le importa que rompas tus cadenas, siempre que pueda venderlas como collares», piensa.
El asistente virtual le informa de que ha sido transportada a 2025, una época en la que las princesas ya no esperan ser rescatadas. Ahora, lideran expediciones, desafían normas y, según la mercadotecnia oficial, son «fuertes, independientes y diversas».
El teléfono vibra: una invitación para unirse al grupo de WhatsApp ‘Princesas empoderadas’. Intrigada, Blancanieves entra y comienza a leer los mensajes.
«Ya no dependemos de los príncipes», escribe Elsa.
Blancanieves asiente. Pero al explorar las redes sociales, ve escaparates repletos de trajes de Elsa y niñas jugando a ser princesas con disfraces que, probablemente, fueron cosidos por otras niñas, lejanas y anónimas, forzadas a tejer sueños ajenos con la aguja del hambre y el hilo de la explotación. «El sueño de ser especial se vende mejor cuando viene con etiqueta», se dice.
«Las cosas han cambiado», escribe Vaiana, mientras comparte un vídeo épico de su travesía por el Pacífico. «Ya no somos débiles».
Blancanieves pronto descubre que Vaiana no es cualquier niña de la aldea, sino la heredera de un líder local, predestinada a la grandeza desde el primer día.
«¿Qué pasa con las que no son especiales desde el principio?», pregunta.
Nadie responde. El chat parpadea en silencio.
Mérida toma su arco y dispara un emoji de fuego en el chat del grupo. «Nosotras desafiamos el destino, no seguimos cuentos de hadas».
Blancanieves repasa las críticas de la película y advierte que, pese a todo, Mérida sigue siendo una princesa: rebelde, pero con el trono asegurado.
«Sigue habiendo reinas, solo que ahora llevan pantalones y disparan flechas», piensa.
A medida que avanza en su investigación, Blancanieves se da cuenta de algo desconcertante: Disney ha renovado el relato, pero la estructura sigue siendo la misma. Las nuevas protagonistas tienen agencia, pero dentro de un marco que sigue privilegiando el individualismo y la excepcionalidad. Cada heroína encarna, en el fondo, una historia de autosuperación en un mundo patriarcal. Son mujeres excepcionales, pero solo porque el sistema necesita unas cuantas excepciones para no tener que admitir que el verdadero problema es la regla misma.
Un nuevo nombre aparece en sus búsquedas: Maribel Madrigal. Blancanieves descubre que, a diferencia de las demás, la protagonista de Encanto no es una princesa ni tiene un superpoder. Sin embargo, su historia tampoco rompe el esquema tradicional. No se enfrenta a las expectativas de su familia, que mide el valor de cada uno por sus dones mágicos; simplemente buscar encajar. No cambia las reglas, solo aprende a jugar sin poderes. Su historia no cuestiona la lógica del mérito individual, lo redefine: si no brillas por tu talento, lo harás por tu resiliencia.
Mulán, aunque no es una princesa, forma parte de la franquicia oficial y se une al chat. Tras un momento de reflexión, comenta: «Me hice pasar por hombre para entrar en el ejército y demostrar que las mujeres podemos ser tan valientes como los hombres».
Blancanieves sonríe al recordar lo que ha leído sobre su historia. Mulán desafía los mandatos de género, sí, pero no el sistema de poder que los crea: no cuestiona el militarismo ni el patriarcado, solo demuestra que una mujer excepcional puede ganarse un lugar dentro de ellos.
Tiana, que tampoco nació princesa, se une a la conversación. «Trabajé duro para cumplir mi sueño y abrir mi propio restaurante», dice con orgullo.
Blancanieves no puede evitar preguntarse: «¿Por qué siempre debemos ser excepcionales para ser reconocidas? ¿Por qué el destino se empeña en elegir a unas pocas para brillar? En mi tiempo, al menos sabíamos que mi cuento era solo eso, un cuento. Hoy, parece que lo venden como si fuera la única opción».
De repente, aparece un mensaje fijado en el grupo: «Disney lanza la primera princesa feminista de verdad, con una protagonista que lidera una revolución». Blancanieves se recuesta en su silla, mira la pantalla y responde: «¿Y si la verdadera revolución consistiera en no necesitar princesas en absoluto?».
Un silencio incómodo invade el grupo. Su móvil vibra con una nueva notificación: Disney le ofrece un contrato millonario para protagonizar la película. Sin pensarlo, Blancanieves borra el mensaje y desconecta el teléfono. La pantalla se apaga, pero algo sigue encendido: la certeza de que, tal vez, lo único que necesita es dejar de ser una elegida, despertar del sueño en el que la sumieron, desaparecer del cuento que otros escribieron por ella.
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