Opinión | tribuna

Papá Musk salva a la humanidad

Con su ejército de hijos bautizados con nombres que parecen claves de acceso ‘Wi-Fi’, Musk no parece estar formando una familia, sino un laboratorio transhumanista

Elon Musk.

Elon Musk.

Elon Musk ha engendrado catorce hijos con la misma facilidad con la que tuitea bulos o despide empleados públicos por e-mail. Se dice que los ricos no procrean como el resto de los mortales, y este caso lo confirma a la perfección: no hay meriendas escolares ni uniformes que planchar, sino una paternidad externalizada. Poco después del Día del Padre, Musk nos recuerda que, en su mundo, ser padre es un proyecto de gestión delegado en niñeras, inteligencia artificial y probablemente algún asistente de voz con acento británico. Su familia, lejos de ser un refugio de dilemas existenciales, como la de los hermanos Karamazov, es un modelo de eficiencia capitalista.

¿Su fervor reproductivo responde a una verdadera vocación paterna o a una estrategia alineada con su visión tecnológica del futuro? Con su ejército de hijos bautizados con nombres que parecen claves de acceso Wi-Fi, Musk no parece estar formando una familia, sino un laboratorio transhumanista. Criar hijos se convierte en un algoritmo sin espacio para risas ni abrazos, un proceso técnico donde la sangre no fluye, se programa. Griffin, Saxon, Kai, Damian, X Æ A-xii, Exa Dark Sideræl, Strider, Azure, Techno Mechanicus, Seldon Lycurgus…, no son niños corriendo por el parque, sino versiones beta de un linaje diseñado para colonizar Marte. Y, como buen empresario, Musk diversifica el riesgo genético con varias madres, no vaya a ser que un fallo de fabricación tumbe todo el proyecto.

Pero más allá de la estrategia empresarial, Musk ha encontrado una oportunidad de oro en su visión de la paternidad. El magnate no solo vende coches eléctricos y cohetes, ahora también comercializa el miedo a la despoblación mundial. Para él, tener hijos no es una decisión personal ni un derecho individual, sino una obligación moral para garantizar la supervivencia de la especie. Sin embargo, Musk ignora que el verdadero desafío no es cómo multiplicamos los humanos que habitan este planeta, sino cómo hacemos sostenible la vida en él.

Curiosamente, este discurso pronatalista se ha convertido en una las mercancías más codiciadas en los círculos de ultraderecha, que siempre ha entendido la natalidad como una herramienta eficaz de control social. Los líderes ultraconservadores insisten en que las mujeres deben tener hijos como estrategia demográfica. Ven la natalidad como un arma geopolítica: más hijos para preservar su modelo de sociedad frente a la «amenaza» de la inmigración, que les aterra más que la extinción de la humanidad. Lo irónico es que no temen tanto por la desaparición de la humanidad como por la de su humanidad, esa que aún cree que la familia tradicional debe ser blanca, heterosexual y cristiana. Dentro de esta lógica, la paternidad se ha convertido en una especie de competición entre figuras de la extrema derecha. En el ranking fálico de productividad, los catorce hijos de Musk eclipsan a los cinco de Trump y los cinco de Abascal, como si la virilidad y el poder se midieran por la cantidad de descendientes y no por el valor de los lazos afectivos.

La cuestión no radica solo en que la natalidad se presenta como una meta descontextualizada, sino en que ignora la compleja realidad en la que se crían los hijos. La falta de políticas públicas de conciliación, los recortes que dificultan la crianza y el derecho inalienable de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos son temas ausentes. No es que la humanidad esté en peligro por la caída de la tasa de natalidad, sino por la incapacidad de los sistemas económicos para garantizar una crianza digna. Mientras se recortan derechos laborales, servicios sociales y se privatizan las bases del bienestar, se culpa a las personas de no reproducirse lo suficiente. Al fin y al cabo, es más fácil llenar el planeta de bebés que abordar las causas reales de la desigualdad. Todo encaja con la narrativa del multimillonario, que glorifica la reproducción sin cuestionar quién carga con las consecuencias. Porque, spoiler: no son los hombres como él.

El problema no es que Musk tenga catorce hijos. El verdadero problema es que use su paternidad como eslogan político para disfrazar una agenda reaccionaria bajo una capa de futurismo. En el fondo, la visión de Musk es menos una utopía tecnológica y más una versión premium del patriarcado de siempre, solo que con naves espaciales y un hilo en X explicándolo en tiempo real.

Mientras Musk predica la reproducción masiva como salvación de la humanidad, invierte miles de millones en reemplazar a los humanos con inteligencia artificial. Quizá el problema no sea la falta de niños, sino el exceso de robots. Pero claro, los robots no compran Teslas.

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